Por Juan Antonio Gómez Trinidad, catedrático de Filosofía.
Los que nos
dedicamos a la educación, entendida en su sentido más estricto de enseñanza
formal regulada por el Estado, tendemos con demasiada frecuencia a realizar
diagnósticos demasiado endogámicos y excesivamente egocéntricos. Sin embargo,
ha calado ya, al menos a nivel de conocimiento, el aforismo africano de que
“para educar se requiere toda la tribu”. Otra cosa distinta es que se traduzca
en acciones ese convencimiento.
Aquí educamos
todos, pero no todos de la misma forma y con la misma intensidad. Cada vez
estoy más convencido de que para salir de la situación de crisis educativa es necesario
y urgente devolver a la familia el protagonismo que le corresponde en la
educación de sus hijos. No se trata de la participación más nominal que real de
los padres en los centros educativos.
Cuando hablo de contar con la familia no me
refiero exclusivamente a que las familias puedan elegir el centro que quieran
para sus hijos. Es necesario, siempre que sea posible, que los padres puedan
elegir el centro que quieran, y no solo según la titularidad de los mismos, sino
dentro ellos, ya sean privados, concertados o
públicos, aquellos cuyo ideario pedagógico o cuya metodología se adapte
mejor a sus preferencias.
El protagonismo
de la familia debe ser mayor, en cuanto a derechos y deberes se refiere, puesto que la familia es el nicho ecológico,
el lugar natural donde el niño, el joven,
debe ser educado, sobre todo en las cuestiones básicas y fundamentales. En
todos los estudios empíricos, aunque para esto no hace falta hacer muchos
estudios, se detecta que hay una estrecha relación entre el ambiente familiar y
el éxito escolar. No solamente como a veces se dice, entre el condicionamiento
socioeconómico de la familia y el éxito escolar. Si eso fuera cierto, los
pobres estarían condenados a no progresar. Muchos de nuestra generación, entre
los cuales me incluyo muy orgulloso, procedemos de unos padres muy humildes, sin recursos
económicos, pero con un ambiente afectivo y educativo envidiable que
posibilitó, junto a otros factores, una gran movilidad social. Junto a un clima
afectivo estable, la trasmisión del sentido del deber, fue una de las claves
del éxito de esa movilidad social y del bienestar actual. No en vano se encargaban
de inculcarnos un sentido del deber, de resistencia al sufrimiento, de
sacrificio que estaban muy lejos de la
cultura del pelotazo, del enriquecimiento fácil, del individualismo feroz cuyas
consecuencias en estos momentos padecemos.
Por lo tanto creo que es tarea fundamental de una política educativa el devolver a la familia la responsabilidad que le corresponde en la educación de sus hijos, no solamente como derecho, sino también como deber.
Por lo tanto creo que es tarea fundamental de una política educativa el devolver a la familia la responsabilidad que le corresponde en la educación de sus hijos, no solamente como derecho, sino también como deber.
Ha ocurrido en los últimos decenios que, unas
veces por interés político y otras simplemente por comodidad de las propias
familias, se ha delegado en la escuela muchas de las funciones educativas que
son específicas de las familias. He podido comprobar cómo alguna madre con un
hijo problemático, me exigía como responsable educativo que en vacaciones diera
una solución al conflicto que le generaba el hijo con la castiza expresión de “este
marrón no me lo voy a comer yo sola”; es verdad que es una anécdota extrema,
pero refleja la pretensión de que sea el Estado el responsable último de la
educación de los hijos.
Familia, lugar
natural y primario donde los niños y jóvenes deben encontrar el cariño y la
comprensión necesaria. Pero también el lugar donde deben aprender, sin
autoritarismo, la disciplina, el respeto a las normas establecidas, el respeto
a uno mismo, a los demás y al medio ambiente. La familia es el ámbito donde deben aprender a decir por favor,
gracias o lo siento, palabras sin cuyo dominio difícilmente se puede enseñar
nada en la escuela.
Una encuesta sobre los hábitos de estudio de
los niños españoles, realizada por la Fundación Antena 3, refleja datos curiosos
e interesantes, por ejemplo la capacidad autoengaño que tienen los padres;
cuando a los padres se les pregunta por el tiempo que dedican sus hijos piensan
que los hijos les dedican más tiempo al estudio que lo que responden los
propios hijos. Pero en general hay un clima de confianza en la familia, lo cual
nos indica que la familia sigue siendo, a pesar de todo, el lugar natural y el
sitio de tranquilidad que goza de más confianza, pero a partir de ahí hay datos
elocuentes.
El alumnado de
primaria diariamente dedica 3h y media a estar delante de una pantalla. El 70%
de los alumnos de primaria afirma dedicar cada día una hora o menos a estudiar,
frente a las 3h y media de pantalla.
El alumno de
ESO dedica diariamente algo más de 4h y media
a estar delante de una pantalla. Respecto del tiempo de estudio, el 56%
de dicho alumnado afirma dedicar cada día una hora o menos al estudio, frente a
las 4h y media de monitor. ¿Tienen conciencia los padres de esta situación?, ¿qué
tiempo dedican a hablar con los hijos?
El problema de que no haya tiempo para estar
con los hijos, además de otros, es el autoengaño de los padres respecto del
esfuerzo que realizan los hijos, caso de que haya un cierto seguimiento del
mismo. Entre los alumnos que suspenden, hay un alto porcentaje que nunca habla
de la situación escolar en casa. Existe una estrecha relación entre hablar en
casa de la situación escolar, y el éxito o fracaso.
Por lo tanto,
considero que es necesario implicar más a las familias en la educación de los
hijos. De acuerdo que debe ir acompañada de medidas fiscales, laborales y de un
planteamiento general de conciliación de la vida laboral y familiar, pero lo
más importante es cambiar la mentalidad y convencerse de que lo más importante
es dedicar tiempo a los hijos.
Por ello, considero
pretencioso y falso el partido político que se presente prometiendo que puede
arreglar la educación sin contar con la familia. De nada sirve hacer una reforma
de las leyes, o de la estructura del
sistema educativo, ni hacer un pacto de estado en materia de educación, si
previamente no existe un compromiso efectivo, una mayor implicación y
corresponsabilidad de las familias en la educación.
Fuente: Revista Escuela, n.º 3923 (noviembre de 2011), pág. 36.
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