Por Carlos Jariod.
Quienes luchamos contra las materias de Educación para la ciudadanía (EpC)
hemos saludado con alivio el anuncio electoral del PP por el que éste
se compromete a cambiar sus contenidos adoctrinadores. La idea, que
siempre aceptó el movimiento objetor como solución aceptable, es que los
alumnos estudien el funcionamiento de las instituciones democráticas
despojando a la asignatura de la carga ideológica para la que estaba
diseñada. Por supuesto, habrá que estar muy atentos a la configuración
del currículo; igualmente, como así parece por manifestaciones privadas
de políticos importantes del PP, es previsible que la materia
desaparezca en Primaria y los contenidos éticos y filosóficos en 4º ESO y
Bachillerato vuelvan a su normal desarrollo disciplinar. Magníficas
noticias.
Todavía es pronto para hacer balance de lo que ha supuesto la impresionante reacción ciudadana ante EpC. Es verdad, aún no se ha producido el relevo presidencial. Incluso todavía se litiga judicialmente por parte de algunos padres en tribunales internacionales. El Tribunal Constitucional, por su lado, deberá analizar la sentencia del Supremo respecto de la objeción de conciencia. Sin embargo, ahora que parece que la EpC está a punto de morir, es posible hacer algunas consideraciones útiles respecto de lo que todos llamamos “el movimiento objetor”.
Quizá se podría empezar por el final: ¿por qué ha fracasado EpC? El fracaso de este fétido torpedo ideológico de Zapatero no está sólo en la promesa electoral del PP. El PP no hace más que rematar una materia ya de por sí moribunda, asistida por un respirador artificial –muy artificial– conectado a las terminales ideológicas de Ferraz. El movimiento objetor fue el responsable de llevar a EpC a esta vida terminal, triste y agónica, inservible para los altos vuelos adoctrinadores de un socialismo español que se creía todopoderoso.
Padres y madres anónimos que lucharon de modo muchas veces heroico por el bien de sus hijos. Personas sin filiación política que supieron el proyecto cultural que tenía el gobierno y sus adláteres. Amas de casa dispuestas a salir en los medios de comunicación, dar ruedas de prensa, ser entrevistadas por periódicos hostiles y hablar con altos cargos políticos. Gente sencilla que, cuando leían o escuchaban las amenazas de la Administración contra sus hijos, tragaban saliva y daban un paso adelante. Los han llamado de todo –reaccionarios, meapilas, fascistas, instrumentos de curas y obispos– pero siguieron indiferentes a los insultos. Organizaron mesas redondas, charlas, llamaron a conferenciantes para explicar por qué rechazaban EpC. Se atrevieron a debatir con gente aparentemente más preparada en medios de comunicación. Todo con mesura y respeto a las personas, pero con la firmeza de quienes tienen razón y aman a sus hijos.
Lucharon por la objeción de conciencia, por preservar al individuo y su conciencia del omnímodo poder del Estado. Explicaron qué es la ideología de género, en qué consiste el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, el relativismo actual. Apenas tuvieron ayuda de nadie. Algún Obispo decidido en Toledo, al principio; luego, con timidez clerical, otros hasta que la Conferencia Episcopal dio a conocer en el 2007 su célebre texto sobre la LOE y sus reales decretos. Mientras, el PP no sabía ni entendía nada. Excepto unos pocos, los profesores ignoraron esa lucha manteniendo una actitud displicente y despreciativa ante los padres objetores.
Sólo organizaciones pertenecientes a la sociedad civil como CONCAPA, CECE, CEU, Foro español de la Familia o Profesionales por la ética (muy especialmente esta última, que hizo una labor extraordinaria) supieron organizar a los padres objetores. Los medios de que disponían estas asociaciones más bien humildes, junto con el arrojo de las familias objetoras, bastaron para acogotar EpC. Las Plataformas de padres objetores se extendieron por todo el país; lograron cada vez más adhesiones entre periodistas y hombres de la cultura. Lograron hacer entender que la educación española no podía permitirse una materia como ésa, que dividía aún más a la sociedad española. Por fin el PP entendió que debía apoyarles.
La labor de difusión, explicación y convencimiento de estos padres
anónimos fue excepcional. Todavía es pronto para analizarlo, pero no se
ha dado un movimiento cívico parecido en la democracia española. Un
movimiento sin líderes claros, en el que se discutía por todos los pasos
a dar, en el que con una valentía que sólo puede venir del Cielo se
enfrentaba a situaciones límites contra un poder avasallador. Un
movimiento de personas que estaban deseosas de volver a sus quehaceres
ordinarios, de regresar a la rutina, de no a tender a más llamadas de
directores o periodistas.
El movimiento objetor es un ejemplo moral y político para los que queremos una España democrática, fuerte, justa. Es un ejemplo para los que sabemos que la sociedad civil es clave en la toma de decisiones políticas. Un ejemplo de bien, capaz de influir en los partidos, en los gobiernos. Un movimiento que generó una literatura educativa que habrá que recopilar algún día, quizá pronto.
Los necios creyeron que con la sentencia del Tribunal Supremo el movimiento objetor moriría. No vieron que el movimiento objetor ya había vencido. No supieron ver –quizá tampoco los padres objetores– que la sentencia era mucho más irrelevante de lo que parecía. EpC estaba ya tocada. Ningún profesor se atrevería a defender contra los padres contenidos adoctrinadores sin que fuera puesto de inmediato en la picota pública. Las editoriales más agresivas veían reproducidos públicamente sus dibujos o fragmentos de sus libros más zafios. Intelectuales y periodistas escribían cada vez más artículos aceptando las tesis del movimiento objetor. El PP ya era capaz de aceptar la supresión de la materia de ganar las elecciones. El descrédito de EpC era absoluto. Es absoluto al día de hoy.
EpC pasará a la historia como uno de los intentos más burdos de convertir la educación en ideología. Es verdad que el problema de la educación es mucho más grave que EpC. Pero también es verdad que EpC, sin las familias objetoras, se hubiera mantenido como ideología desconocida por la opinión pública, con la aquiescencia despistada del PP.
Me siento orgulloso de haber pertenecido al movimiento objetor. Soy un privilegiado de haber conocido a tanta gente buena en la lucha por el bien de nuestros hijos y alumnos. Gracias a todos.
Fuente: Religión en Libertad.
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