Por Luis Sánchez de Movellán de la Riva. Doctor en Derecho. Director de la Vniversitas CEU Senioribvs.
La controvertida, manipuladora y totalitaria asignatura de “Educación para la Ciudadanía” la ha introducido, de forma antidemocrática, el gobierno sectario y radicalsocialista del maestro Rodríguez
Zapatero. La asignatura se ha desarrollado en España en medio de una
gran polémica social y con la oposición de gran número de padres que no
están dispuestos a que sus hijos sean adoctrinados en nefandas prácticas
o en la bobada progre de la ideología de género.
La idea nuclear de la “Educación para la Ciudadanía” ha sido
importada de Europa por diversas sugerencias masónicas y viene a
insertarse en la tendencia interesada en confundir el Estado
aconfesional o laico con el Estado militantemente laicista. El Estado,
en la concepción totalitaria del radicalsocialismo, es un ente moral que
tiene el deber de adoctrinar y “educar” al ciudadano. Y éste, en virtud
del principio liberal de autonomía de la voluntad, tiene el deber de
oponerse con decisión, de resistirse fuertemente a la tiranía emanada
del Estado ontologizado.
Siguiendo al gran pensador cristiano, Jacques Maritain, podemos decir
que una democracia auténtica no puede imponer a sus ciudadanos, como
condición de su pertenencia a la ciudad, un determinado credo filosófico
o religioso. El filósofo francés pensaba que la fe secular
democrática o credo temporal que se encuentra en la raíz de la vida en
común, no es teórico o dogmático, sino puramente práctico. Es decir,
formado por una serie de conclusiones o puntos de convergencia
prácticos, a modo de código de moralidad política y social, ínsito en el
pacto fundamental de una sociedad de hombres libres. Y, el cual, debe
diferenciarse de las justificaciones teóricas o concepciones filosóficas
o religiosas del mundo, sobre las que cada cual fundamenta esas
convicciones prácticas. En definitiva, el Estado, para Maritain, sí
puede velar a través de la educación por la enseñanza de la carta común,
pero no imponer un credo religioso o filosófico que se presente como la
única justificación posible de esa carta práctica.
Cuando el Estado reclama para sí una función ética, aunque ya no sea
bajo el ropaje de lo sagrado como en la Antigüedad, sino bajo la
autoridad ideológica de la era postmoderna, el Estado deviene en
totalitario. Se convierte en un Estado-tirano al que se puede
legítimamente oponer el derecho de resistencia. Pues como dijera, en una
de sus ilustrativas Sentencias, el Tribunal Supremo de los Estados
Unidos de América: “Si hay alguna estrella inamovible en nuestra
constelación constitucional es que ninguna autoridad pública, tenga la
jerarquía que tenga, puede prescribir lo que sea ortodoxo en política,
religión, nacionalismo u otros posibles ámbitos de la opinión de los
ciudadanos, ni obligarles a manifestar su fe o creencia en dicha
ortodoxia, ya sea de palabra o con gestos”.
Fuente: Análisis Digital.
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