Impartir la clase de Religión puede llegar a ser un calvario para los docentes, cada vez más acosados.
Por Ángeles Conde.
Basta mantener una breve conversación con un profesor de Religión de la enseñanza pública para comprobar su preocupación. La asignatura es vilipendiada y los profesionales son perseguidos en muchos casos. Pero, si perdemos la Religión de las escuelas, ¿no estaremos sesgando el legado cultural y moral para las próximas generaciones?
“Tú eso se lo dices a Rouco” o “Tú eso se lo dices al Papa” le espetan sus compañeros de trabajo. Cuando se cruzan con él por el pasillo le dicen con sorna “Ave María Purísima”. Son algunas de las “perlas” que muchos días tiene que escuchar un joven profesor de Religión. Su ánimo está cada vez más minado. Es un acoso lento, que desgasta en silencio y que embiste desde varios frentes. Entonces, ¿de dónde sacar la motivación?, ¿cuánto tiempo más seguir soportando? Ahí se encuentra el dilema para muchos educadores, volcados en su labor, muy vocacional, y que, a la vez, se encuentran con continuas trabas para impartir su asignatura. Una materia que escogen, voluntariamente, tres de cada cuatro alumnos de nuestro país, es decir, un 71 por ciento.
Lo más llamativo es que el acoso al profesorado de Religión, a diferencia de lo que sucede con el resto de docentes, no procede del alumnado. El bulling proviene de sus propios compañeros. Según Emma González, presidenta de APPRECE, la Asociación Profesional de Profesores de Religión en Centros Estatales, los ataques se llevan a cabo de una forma difícil de demostrar: “No siempre se ataca al profesor de Religión. Si está bien integrado en el centro, se le dice que están encantados con él pero que no se quiere la Religión. Y yo digo, si se ataca la asignatura que imparto, ¿no se me ataca a mí?”.
Acoso al profesorado
Jorge Calandra, profesor de Matemáticas y presidente de la Asociación para la Defensa de los Valores Católicos en la Educación (ADVCE), recuerda cómo, en un instituto en el que trabajó, la profesora de Religión ni siquiera tenía un espacio físico para sus cosas. Pequeños gestos que se acumulan y calan en el ánimo del docente como la gota que horada la roca. Otras veces esos gestos no son tan pequeños. Susana Fernández de Córdoba Hinojosa fue testigo de cómo sus compañeros de trabajo le obligaban a retirar de su departamento el icono y la cruz que tenía colocados desde hacía años. Alegaban que su presencia era ilegal. “En respuesta, cuando conocieron los hechos, los alumnos se colgaron crucifijos al cuello. Tuvieron que sufrir que los profesores les obligaran a metérselo dentro de la ropa. Les decían que estaban provocando”, nos cuenta Susana.
Eliminación de la asignatura
En opinión de ADVCE, cada vez está más clara la intención de suprimir la asignatura de Religión del currículum escolar. Apuntan que, en la actualidad, no existe, siquiera, la figura de jefe de departamento para la asignatura de Religión Católica. Con ello, los docentes de Religión quedan al margen de la elaboración de las directrices generales de los proyectos educativos de los centros; tampoco son tenidos en cuenta al tratar los planes de orientación académica y profesional. Como explica Susana, las consecuencias laborales “son el aislamiento y la persecución para ver por dónde te pueden pillar”.
El profesor de Religión se convierte así en un convidado de piedra de la vida escolar. Son los centros, la Administración y la propia legislación los que han hecho de la asignatura de Religión una “maría” dentro del proyecto educativo. Posee menos horas en el horario escolar y no tiene valor académico. Por ejemplo, la nota de Religión Católica no se utiliza para hacer la media del expediente. Además, en Bachillerato, se relega en el horario escolar de tal forma que se facilita a los alumnos ausentarse del centro. La alternativa que se ofrece a los alumnos que no elijan religión es la llamada “debida atención educativa”, una especie de cajón de sastre cuyos contenidos, en muchos casos, no están ni regulados. Además, y sobre todo en Primaria, la debida atención educativa consiste en mantener a los alumnos en el aula haciendo las tareas de otras materias, lo cual constituye un agravio comparativo con los que sí cursan Religión.
Se margina la materia, no se ofrece una alternativa regulada ni siquiera en las hojas de matrícula y se avanza hacia la desaparición de una asignatura cuyo estudio se torna fundamental en la formación integral de la persona como comenta Jorge Calandra: “La asignatura de Religión no busca convertir al catolicismo de la misma forma que la asignatura de Química no trata de hacer que todos los estudiantes sean químicos el día de mañana”. Y es que el profesor de Religión no es catequista, al contrario de la creencia que se pretende extender para negar su legitimidad, sobre todo en la escuela pública. Con este panorama no es de extrañar que el profesor de Religión considere a sus alumnos auténticos héroes; unos alumnos con los que el docente, a puerta cerrada, no tiene problemas.
No es catequesis
Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, explica la diferencia y, al mismo tiempo complementariedad, de la clase de Religión y la catequesis: “La asignatura de Religión está destinada, principalmente, a una formación intelectual, aún con la peculiaridad de ser confesional; mientras que en la catequesis se procura introducir al alumno en el seguimiento personal de Jesucristo. Aun a riesgo de simplificar la cuestión, podríamos decir que la clase de Religión y la catequesis se diferencian y se asemejan, de forma similar a como lo hacen el ‘conocer’ y el ‘amar’”. Jorge Calandra, de ADVCE, también insiste en este punto: “La enseñanza de Religión no obliga a la adhesión a la fe. Transmite los conocimientos sobre los orígenes e identidad del Cristianismo y de la vida cristiana”.
Fuente: Revista Misión n.º 21 (págs. 18 y 19).
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