Por Juan Antonio Gómez Trinidad, catedrático de Filosofía.
Recientemente, McKinsey, prestigiosa consultora que ha realizado algunos informes sobre educación muy interesantes, acaba de presentar uno breve referido a España, en el que afirma que existen motivos para la esperanza y propone algunas de las medidas
necesarias para salir de la situación manifiestamente mejorable en la que nos encontramos.
Soy por naturaleza optimista, y creo que en
España sobran plañideras que se escudan en el
mal general provocado por otros, y faltan personas
dispuestas a mejorar su entorno. Por eso
suelo decir cuando trabajo en equipo: Además
de llorar, ¿qué sabemos hacer? La historia de la
humanidad es la de sus problemas, también los
educativos, y de cómo se consiguió solucionarlos
con el esfuerzo de un grupo de hombres y
mujeres con el coraje suficiente de no conformarse
con el lamento cómodo pero ineficaz.
Sin embargo, no soy tan optimista a corto
plazo; es más, creo que hemos retrocedido respecto
a la situación de hace unos años, y no es
el momento económico causa explicativa de
todos los males que asolan este país.
Creo que estamos peor porque cuando teníamos
enfocado el problema en sus justos términos
y todos los que tenemos algo que ver con
la educación, coincidíamos en que la situación
era mala y que había que encontrar mediante
un acuerdo la fórmula de solucionarla; lamentablemente,
hemos vuelto a un planteamiento
reduccionista de corte economicista que hace
difícil el diagnóstico e improbable la terapia.
Lo diré de forma directa, el problema de la
educación en España no es de índole económico,
a pesar de los recortes realizados y de los propuestos.
Es muy fácil hacer demagogia y evitar
responsabilidades, pero la verdad es otra.
En España, en la última década, hemos duplicado
el gasto educativo. En concreto, desde
2000, con la asunción de competencias por
parte de las CCAA, hasta 2011, ha aumentado
un 30% el gasto público por alumno. El doble
de gasto y, sin embargo, en todos los indicadores
hemos retrocedido. No es por lo tanto el gasto la
única explicación de sus resultados. Vuelvo a decir
que una educación buena es cara, pero una
educación cara no es necesariamente buena.
En España nos hemos superado: tenemos una
educación cara y mala. Al menos la sanidad es
cara pero buena. Como dice el citado informe:
“Un mayor nivel de gasto público, a partir de un
nivel mínimo, que España ha superado ya, no
impacta en el mejor rendimiento educativo”.
Los recortes, las seis medidas propuestas, no
afectan necesariamente a la calidad del sistema
educativo. Incluso algunas eran necesarias y
urgentes –¿Acaso alguien demostró que era necesario
uniformar todos los ciclos formativos a
2.000 horas y previó las partidas necesarias para
su implantación?–. Otras eran de aplicación frecuente
en la enseñanza pública y obligada en la
concertada, como el aumento del horario lectivo
de los profesores. No hace falta recordar que
hace poco más de un año se vieron recortados
un 5% el sueldo de todos los profesores sin que
los que hoy se rasgan las vestiduras, levantasen
la mínima voz contra la medida. Los que en
aquella ocasión lo justificaron como un acto de
responsabilidad y solidaridad, hoy parecen ver
amenazado el Estado de bienestar y de la calidad
de la enseñanza.
Me aburre el planteamiento. La crisis económica
es de una magnitud tal que no acertamos
a ver, y no sé si a solucionar, a corto plazo. Sin
embargo, a medio y largo, estoy convencido que
solo mejorando el capital humano podremos
mantener y mejorar la clave del progreso de
cualquier sociedad. Y aquí es donde seguimos
teniendo un déficit de calado en España, tanto
en términos cuantitativos como cualitativos.
Y para mejorarlo se necesita urgentemente
una reforma educativa de ciertos aspectos,
que no acaba de llegar. Lo ha dicho el propio
ministro: “Esto no es la reforma educativa del
Gobierno”. Esperemos que no tarde en hacerla
y le dé tiempo. Lo que tenemos son reajustes
presupuestarios, sobre los que podemos estar
de acuerdo o no, pero no atentan, de momento
a la calidad del sistema educativo.
Según el citado Informe, el 84% del rendimiento
educativo en la OCDE no depende de
factores económicos, sino de otros de carácter
educativo como la calidad de los procesos educativos
en los centros. Es posible mejorar entre
20 y 40 puntos y situarnos a la altura de Canadá
o Japón en el horizonte de 4-6 años. Pero son
necesarias medidas inmediatas, entre las cuales
para España, el Informe insiste en tres.
En primer lugar, evaluaciones trasparentes
a partir de las cuales priorizar la acciones, ser selectivos
en las medidas y sin que ello suponga
gastar necesariamente más. En España existen
ya evaluaciones, tal vez demasiadas, pero descoordinadas
y faltas de trasparencia y difusión.
En segundo lugar la profesionalización de
los docentes y de los equipos directivos. Urge reformar
la selección, formación y evaluación de
los docentes. En España lleva décadas pendiente
un nuevo Estatuto Docente, un nuevo modo de
acceso, un sistema de estímulos como existe en
otros países. Otro tanto puede decirse de la función
directiva: en este país, ser director es más un
castigo que un premio. No es de extrañar que
cada vez sean designados más directores por la
Administración ante la falta de candidatos.
Y en tercer lugar, aumento de la autonomía
de centro, palabra bonita donde las haya, pero
realidad dura donde se practica, puesto que
conlleva la rendición de cuentas y el consiguiente
reconocimiento positivo o negativo. A veces
se pide autonomía para hacer lo que se quiere,
pero no para responder de lo que se debe. Por
parte de las administraciones, se teme esa autonomía,
y se sigue legislando sobre el qué, el
cómo y el cuándo enseñar, como si los docentes
y los centros no fueran de fiar.
Estos temas siguen pendientes y sobre ellos
ni hablamos. Pero lo que es peor es que me da la
impresión de que dejaron de importarnos dos
años después. De la crisis económica saldremos
antes o después, con ayuda del exterior e incluso
a nuestro pesar. De la educativa solo dependemos
de nosotros. Por eso, hay motivos para la
esperanza, pero ahora, creo, un poco menos.
Fuente: Revista Escuela, n.º 3943 (mayo de 2012), pág. 32.
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