martes, 15 de mayo de 2012

¿Hay motivos para la esperanza?

Por Juan Antonio Gómez Trinidad, catedrático de Filosofía.
  
Recientemente, McKinsey, prestigiosa consultora que ha realizado algunos informes sobre educación muy interesantes, acaba de presentar uno breve referido a España, en el que afirma que existen motivos para la esperanza y propone algunas de las medidas necesarias para salir de la situación manifiestamente mejorable en la que nos encontramos. 
  
Soy por naturaleza optimista, y creo que en España sobran plañideras que se escudan en el mal general provocado por otros, y faltan personas dispuestas a mejorar su entorno. Por eso suelo decir cuando trabajo en equipo: Además de llorar, ¿qué sabemos hacer? La historia de la humanidad es la de sus problemas, también los educativos, y de cómo se consiguió solucionarlos con el esfuerzo de un grupo de hombres y mujeres con el coraje suficiente de no conformarse con el lamento cómodo pero ineficaz. 
  
Sin embargo, no soy tan optimista a corto plazo; es más, creo que hemos retrocedido respecto a la situación de hace unos años, y no es el momento económico causa explicativa de todos los males que asolan este país. 
  
Creo que estamos peor porque cuando teníamos enfocado el problema en sus justos términos y todos los que tenemos algo que ver con la educación, coincidíamos en que la situación era mala y que había que encontrar mediante un acuerdo la fórmula de solucionarla; lamentablemente, hemos vuelto a un planteamiento reduccionista de corte economicista que hace difícil el diagnóstico e improbable la terapia. 
  
Lo diré de forma directa, el problema de la educación en España no es de índole económico, a pesar de los recortes realizados y de los propuestos. Es muy fácil hacer demagogia y evitar responsabilidades, pero la verdad es otra. 
  
En España, en la última década, hemos duplicado el gasto educativo. En concreto, desde 2000, con la asunción de competencias por parte de las CCAA, hasta 2011, ha aumentado un 30% el gasto público por alumno. El doble de gasto y, sin embargo, en todos los indicadores hemos retrocedido. No es por lo tanto el gasto la única explicación de sus resultados. Vuelvo a decir que una educación buena es cara, pero una educación cara no es necesariamente buena. En España nos hemos superado: tenemos una educación cara y mala. Al menos la sanidad es cara pero buena. Como dice el citado informe: “Un mayor nivel de gasto público, a partir de un nivel mínimo, que España ha superado ya, no impacta en el mejor rendimiento educativo”. 
  
Los recortes, las seis medidas propuestas, no afectan necesariamente a la calidad del sistema educativo. Incluso algunas eran necesarias y urgentes –¿Acaso alguien demostró que era necesario uniformar todos los ciclos formativos a 2.000 horas y previó las partidas necesarias para su implantación?–. Otras eran de aplicación frecuente en la enseñanza pública y obligada en la concertada, como el aumento del horario lectivo de los profesores. No hace falta recordar que hace poco más de un año se vieron recortados un 5% el sueldo de todos los profesores sin que los que hoy se rasgan las vestiduras, levantasen la mínima voz contra la medida. Los que en aquella ocasión lo justificaron como un acto de responsabilidad y solidaridad, hoy parecen ver amenazado el Estado de bienestar y de la calidad de la enseñanza. 
  
Me aburre el planteamiento. La crisis económica es de una magnitud tal que no acertamos a ver, y no sé si a solucionar, a corto plazo. Sin embargo, a medio y largo, estoy convencido que solo mejorando el capital humano podremos mantener y mejorar la clave del progreso de cualquier sociedad. Y aquí es donde seguimos teniendo un déficit de calado en España, tanto en términos cuantitativos como cualitativos. 
  
Y para mejorarlo se necesita urgentemente una reforma educativa de ciertos aspectos, que no acaba de llegar. Lo ha dicho el propio ministro: “Esto no es la reforma educativa del Gobierno”. Esperemos que no tarde en hacerla y le dé tiempo. Lo que tenemos son reajustes presupuestarios, sobre los que podemos estar de acuerdo o no, pero no atentan, de momento a la calidad del sistema educativo. 
  
Según el citado Informe, el 84% del rendimiento educativo en la OCDE no depende de factores económicos, sino de otros de carácter educativo como la calidad de los procesos educativos en los centros. Es posible mejorar entre 20 y 40 puntos y situarnos a la altura de Canadá o Japón en el horizonte de 4-6 años. Pero son necesarias medidas inmediatas, entre las cuales para España, el Informe insiste en tres. 
  
En primer lugar, evaluaciones trasparentes a partir de las cuales priorizar la acciones, ser selectivos en las medidas y sin que ello suponga gastar necesariamente más. En España existen ya evaluaciones, tal vez demasiadas, pero descoordinadas y faltas de trasparencia y difusión. 
  
En segundo lugar la profesionalización de los docentes y de los equipos directivos. Urge reformar la selección, formación y evaluación de los docentes. En España lleva décadas pendiente un nuevo Estatuto Docente, un nuevo modo de acceso, un sistema de estímulos como existe en otros países. Otro tanto puede decirse de la función directiva: en este país, ser director es más un castigo que un premio. No es de extrañar que cada vez sean designados más directores por la Administración ante la falta de candidatos. 
  
Y en tercer lugar, aumento de la autonomía de centro, palabra bonita donde las haya, pero realidad dura donde se practica, puesto que conlleva la rendición de cuentas y el consiguiente reconocimiento positivo o negativo. A veces se pide autonomía para hacer lo que se quiere, pero no para responder de lo que se debe. Por parte de las administraciones, se teme esa autonomía, y se sigue legislando sobre el qué, el cómo y el cuándo enseñar, como si los docentes y los centros no fueran de fiar. 
  
Estos temas siguen pendientes y sobre ellos ni hablamos. Pero lo que es peor es que me da la impresión de que dejaron de importarnos dos años después. De la crisis económica saldremos antes o después, con ayuda del exterior e incluso a nuestro pesar. De la educativa solo dependemos de nosotros. Por eso, hay motivos para la esperanza, pero ahora, creo, un poco menos.
  
Fuente: Revista Escuela, n.º 3943 (mayo de 2012), pág. 32.

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