domingo, 30 de octubre de 2011

La coeducación no tiene nada que ver con la igualdad entre los sexos

Por José Sáez.
  
Mi intención no es abogar por un retorno general a la educación separada por sexos, sino plantear una cuestión de libertad asociada a motivos psicopedagógicos básicos. Existen razones técnicas favorables a cada una de las dos opciones. Es decir, no hay un consenso científico definitivo sobre qué modelo es mejor. Menos aún lo hay que demuestre que la educación diferenciada es nociva por algún motivo. Por ello, no estamos ante un axioma pedagógico, sino sencillamente ante una cuestión de libre elección. Los padres, los alumnos, las escuelas, deberían poder optar por cualquiera de las dos posibilidades. Hoy en día, en nuestro país, los centros con educación diferenciada son siempre privados y, por tanto, tal libertad de elección no existe. La coeducación es obligatoria en la práctica.
  
En España, la dictadura de lo “políticamente correcto” impuesta por los socialistas mantiene casi proscrita, no sólo la educación diferenciada, sino hasta la mera posibilidad de debatir sobre el tema. No sucede así en Europa o en Estados Unidos, donde esta es una posibilidad educativa tan buena como cualquier otra. En el Reino Unido es una opción muy común y con probados éxitos de rendimiento, muy reconocidos a nivel mundial. En España se ha querido unir la coeducación, de modo indisoluble, a la igualdad sexual. Aunque la Ley no la prohíbe porque no puede, ya que a nivel mundial y europeo está legalmente reconocida y valorada, sí que recibe un “castigo” institucional, negándosele la posibilidad de conciertos a los centros que siguen un modelo diferenciado.
  
Es cansino el pánico de la izquierda a la libertad, aunque se proclamen paladines de lo contrario. Veamos. Yo, como pedagogo veterano, escogí para mis hijos e hijas un modelo de coeducación, y el mismo hubiera elegido si hubiera tenido a mi alcance la posibilidad gratuita de proporcionarles una educación diferenciada. ¿Por qué? Porque personalmente encuentro más razones para esta opción que para la otra. Pero no tantas como para atreverme a impedir que los padres puedan escoger cualquiera de ambas posibilidades para sus hijos. Insisto: se trata de un problema de libertad de elección, perfectamente enmarcable dentro de los derechos constitucionales (y universales, y europeos) de los padres a la libre elección de centro y a la libre elección del modelo educativo para sus hijos.
  
Según mi ciencia y mi experiencia, los motivos básicos que me inclinan a preferir el modelo coeducativo son, sobre todo, los relacionados con la naturalidad en la socialización. La educación diferenciada, como luego explicaré, no tiene nada que ver con la igualdad, eso es una estulticia ideológica. Pero sí tiene que ver con la normalidad con la que chicos y chicas se perciben y relacionan entre sí. En los colegios diferenciados, los niños y las niñas tienen mayores probabilidades de desarrollar un conocimiento un tanto “mitológico” del otro sexo, a veces demasiado idealizado, a veces todo lo contrario, y casi siempre “misterioso”. Bien está que el otro sexo mantenga un “toque” de bonito y saludable misterio, pero no que niños y niñas se hagan una idea deformada que luego puede hacerles daño.
  
En un ambiente de coeducación, tal extrañeza de los miembros de un sexo hacia los del otro suele ser menor. Además, la percepción mutua es más acorde con la realidad y chicos y chicas aprenden a convivir con naturalidad, ahorrándose más de un complejo y problema de socialización. Pero el modelo coeducativo también tiene sus pegas, algunas bastante serias. Antes he afirmado que la coeducación nada tiene que ver con la igualdad entre los sexos. Lo mantengo. Los partidarios de la coeducación enuncian un silogismo simplón y se lo creen a pies juntillas: si se da a niños y niñas una educación igual, fomentamos la igualdad. Pues miren, no, no necesariamente. El asunto es mucho más complejo. Ese burdo argumento se apoya en una premisa mayor que no se dice, pero que está implícita: tratar con igualdad conduce a la igualdad. Demostraré que tal argumento es falso.
  
Alguien dijo: “no hay mayor desigualdad que tratar a todos por igual”. Tenía razón. Para que todos los jovencitos lleguen a ser iguales es preciso dar a cada uno la atención que requieren sus características individuales. Si tengo un grupo de niños y les aplico a todos idéntico tratamiento, crearé entre ellos profundas desigualdades. En cambio, si tengo en cuenta y respeto sus diferencias personales y les aplico una educación individualizada, les ayudaré a todos a extraer de sí mismos lo mejor que tienen y, en ese sentido, los igualaré. En el caso de la coeducación se cumple esta misma regla. El empeño en tratar a todos por igual puede provocar el efecto contrario al deseado: la desigualdad sexual. La coeducación no sólo no fomenta la igualdad, sino que puede llegar a estorbarla.
  
Este es mi mayor argumento para no condenar a la educación diferenciada y para considerarla una legítima opción escolar. Además, he de añadir que quienes salen más perjudicadas de todo esto son, paradójicamente, las niñas. Se magnifica la coeducación como práctica esencial para los objetivos de igualdad de la mujer y, sin embargo, la coeducación la pone en mayor peligro que la educación diferenciada. Yo les preguntaría a ustedes: ¿Quién madura más deprisa, los chicos o las chicas? La respuesta está clara. Hay excepciones, pero la regla es que las chicas lo hacen más deprisa. Quizá esto no se note mucho en educación infantil, pero si nos asomamos a un aula de la ESO o de Bachiller es evidente: niñatos con granos todavía dándole al balón, junto a mujeres ya casi hechas y derechas…
  
Obligar a formarse juntos a alumnos con tan distinto grado de madurez es, cuanto menos, un dilema para pensarlo dos veces. La mayor parte de las desventajas recaen sobre las chicas, que se ven obligadas a ignorar su rápida evolución para adaptarse al ritmo de los chicos, lo cual es un fastidio y una rémora para el logro del máximo de sus potencialidades. Una educación diferenciada no quiere decir que las chicas van a dar clase de costura y los chicos de fontanería, sino que las chicas y los chicos van a poder recibir la atención educativa más apropiada para sus posibilidades y ritmos de aprendizaje. El resultado de esto: un mayor desarrollo formativo de la mujer, es decir, una mayor realización de sus capacidades, una mayor igualdad social y mejores oportunidades profesionales.
  
No hay que sacralizar la coeducación, por tanto. Tampoco la educación separada. Ambas son opciones con ventajas e inconvenientes y los padres pueden escoger. Los que han asumido la bondad de la coeducación como si fuese una verdad de catecismo deberían no ser tan cafres e investigar un poco sobre el tema, para adquirir un conocimiento más preciso de la realidad antes de liarse a defender su postura a capa y espada. Yo hice esa elección para mis hijos y volvería a hacerla, porque he sopesado los pros y los contras y he llegado a la personal conclusión de que vale más la pena asumir las desventajas de esta alternativa que las de la contraria. Pero he de romper una lanza a favor de la libertad de elección de los padres, que deben hacer su propia valoración y elección.
  

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