Por Domingo Blasco, vicepresidente de Castellón Educa en Libertad (CEL).
Los escasos oyentes que sobrevivimos a la delirante deriva de la Cope, nos hemos desayunado hoy con el soporífero sermón de uno de los apóstoles más destacados de la nueva religión laicista que nos envuelve: Don José Antonio Marina. Hay que reconocer que el tío tiene arte.
Los escasos oyentes que sobrevivimos a la delirante deriva de la Cope, nos hemos desayunado hoy con el soporífero sermón de uno de los apóstoles más destacados de la nueva religión laicista que nos envuelve: Don José Antonio Marina. Hay que reconocer que el tío tiene arte.
Es capaz de envolver al entrevistador más avispado (¿Ernesto Sáez de Buruaga?) con una de sus típicas y engoladas peroratas, hasta el punto de hacer que quede postrado, con el pensamiento genuflexo ante él.
En la presentación de su último libro (de cuyo nombre no quiero acordarme) ha vuelto a recordarnos otra vez uno de los mandamientos laicistas de moda: ¡a nuestros hijos debe educarlos la tribu entera!. O sea Zp, Zerolo y…¡ÉL! Los padres, empezando por Buruaga, debemos ir olvidándonos del art. 27.3 de nuestra Constitución. Los progenitores estamos obligados a delegar en la tribu la responsabilidad más hermosa que nos ha sido confiada porque, según ellos, lo hará mucho mejor.
Emana de la filosofía barata de este falso profeta del laicismo un tufillo que proviene del neomarxismo podrido, a saber: ¡Dejennos a sus hijos, que la educación corre a cargo de Papá Estado! Bururaga, y toda la Cope con él, se ha quedado aplaudiendo con las orejas mientras apuntalan en sus narices el despojamiento de nuestro derecho a educar a nuestros hijos según nuestras propias convicciones.
¿Es que no queda ningún católico cabal, capaz de contradecir en antena al pensamiento único? Aunque hay que reconocer que si José Antonio Marina está en los altares del neocatolicismo relativista, es gracias a la impagable labor de editoriales como S.M. convertida hace años en uno de los máximos exponentes de la decadencia de algunas órdenes, antaño religiosas, victimas de una indigestión postconciliar que las ha condenado a terminar siendo fábricas de sincretismo “OeNeGeriano”.
¡Más madera!, grita Marina, ¡que los incautos no se enteran! Y mientras los embaucadores salen de la Cope bajo palio, la emisora va sumando ex-oyentes.
Domingo Blasco.
Fuente: CEL.
¡Y pensar que hace unos cuantos años yo era admirador del profesor Marina! Cuando leí su libro sobre la inteligencia emocional creí haber encontrado, casi, casi, al Daniel Goleman español. Me encantó aquel libro, aunque un poco pesadito se hacía por lo reiterativo. Pero, ¡qué decepción más grande, qué sensación de traición intelectual sentí cuando leí su libro “Por qué soy cristiano”, que incluso me dedicó en persona. ¡Menudo bodrio, que da más ganas de huir del cristisnimso que de acercarse a él! Le escribí para decírselo y me contestó con su habitual capacidad envolvente, sin admitir mis críticas. Lo dejé estar. Ya entonces, noté su soberbia exacerbada, aunque bien disimulada con su piquito (o plumita) de oro. Más tarde al enterarme de su defensa de la totalitaria EpC y saber que se había subido interesadamente a ese barco publicando manuales de la mano de S.M., supe que definitivamente aquel que un día fue filósofo, se había transmutado, como otros muchos, en mero ideólogo, un fabricante de ideas a la carta para el mejor postor. Sus tonterías neo-marxistas o neo-anarquistas, sobre la educación de los niños “por la tribu”, al estilo de las fracasadas comunas, son sólo una parte de la empanada mental de la que se ha hecho “comercial”. Una lástima de cerebro, desaprovechado por el arribismo al poder y por la cerrazón de la ideología. Jamás volveré a leer nada suyo.
ResponderEliminarJosé Sáez