miércoles, 25 de agosto de 2010

Una sociedad laica

Por José Carlos Rodríguez.

"Dejaremos de ver crucifijos". En realidad, Pedro Zerolo dice "dejaremos de verlos" cuando se le pregunta por su presencia en colegios y actos oficiales. Hay que dejar al Estado limpio de símbolos religiosos. Limpio, pero no como una patena, cabe pensar. Separación de Iglesia y Estado. Lo dijo Zapatero. Pasar del Estado aconfesional, que es lo que recoge la Constitución, al Estado laico.

Un Estado aconfesional es el que no profesa una religión. Su opuesto es el Estado confesional, todo un milagro dado que el Estado no tiene conciencia. Un Estado laico, además, tiene la pretensión de que no quiere mezclarse con la religión, con cualquiera (salvo, quizá, el marxismo). Amén. Pero para ello hay que reformar la Constitución, con todos sus trámites.

Pero hay varias objeciones a todo ello. La primera es que la Constitución es un absurdo, especialmente desde que, con el Estatuto de Cataluña, es oficial que no existe ni la pretensión de que se cumpla. La segunda, más floja, es que el Estado son ellos, que para eso les han votado. Pero aún queda una más, y es que las pretensiones de Zapatero pasan por una sociedad laica: una sociedad en la que la religión no cruce las puertas hacia afuera. En este sentido, el Estado, incluso para los socialistas, es sólo una parte y no necesariamente la más importante. La vida civil se debe desarrollar sin la presencia de la religión. Para Rodríguez Zapatero una sociedad laica es, también, una sociedad desinfectada de toda manifestación religiosa. Las manifestaciones de la Iglesia sobre lo que ocurre en la sociedad, también en el ámbito político, son una "injerencia", porque entran donde Zapatero, Zerolo y demás creen que se le debe cortar el paso. Por eso el laicismo zapateril es totalitario y contrario a la libertad.

Hasta donde yo sé, quien mejor ha definido el proyecto de Zapatero en este ámbito es Olegario González de Cardedal que, en un artículo publicado en El País en 2004, lo describía así:
Un tipo de pensamiento y de política se ha propuesto convencer a los ciudadanos de que: la democracia sólo es posible cuando la religión haya sido definitivamente eliminada de lo público; que el Estado sólo es libre cuando se desentiende de las realidades religiosas y de su forma institucional como Iglesia; que la modernidad ha superado la comprensión religiosa de la existencia; que la vida laica, en cuanto a negación de toda referencia trascendente y rechazo de la idea de Dios, es la condición necesaria para una modernización de España; que, por tanto, sólo una ciudadanía comprendida y ejercitada de modo no religioso es capaz de crear una España progresista. Más allá de las minucias políticas y administrativas de cada día, ésos son los presupuestos que están tras ciertos proyectos legislativos: frenar o anular la presencia de un factor católico que se considera premoderno, antidemocrático, antiprogresista.
 El propio Zapatero refrendaba esta concepción en una entrevista concedida al diario Público en la que identificaba "una sociedad laica" con "aquella que recrea la democracia permanentemente", y pone como ejemplo los matrimonios homosexuales.

Resulta chocante que nadie, o muy pocos, hayan caído en la cuenta de que los socialistas le otorgan un estatus especial, no diré privilegiado, a la religión. Porque si la pasamos verdaderamente por la maquinaria laicizante lo que nos queda, frente al Estado, es un conjunto de proposiciones tan respetables como cualquier otro. Pero igual de respetables, no menos. Por eso, y porque es cierto que la religión ha perdido influencia en la sociedad, lo que es verdaderamente urgente es la separación del socialismo y el Estado.

José Carlos Rodríguez es miembro del Instituto Juan de Mariana

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