Por Susana Álvarez Sánchez, licenciada en Derecho.
«En este sentido, la Iglesia no puede aprobar las iniciativas legislativas que impliquen una revaloración de modelos alternativos de la vida de pareja y de la familia. Éstas contribuyen al debilitamiento de los principios del derecho natural y, así, a la relativización de toda la legislación y también a la confusión sobre los valores en la sociedad».
Benedicto XVI (Discurso al nuevo embajador de Alemania ante la Santa Sede, pronunciado en Castel Gandolfo el 13 de septiembre de 2010).
Hace unas pocas semanas, me decidí a realizar una arriesgada incursión (desde la butaca del salón) en la programación habitual de uno de esos canales de televisión cuyo principal objetivo parece ser la propagación impenitente del único pensamiento admisible para los simpatizantes de la modernidad, a saber: el suyo. Claudicaba así ante la probable relación inversamente proporcional entre el número de cadenas de televisión y la posibilidad de encontrar en ellas aquello que desearíamos encontrar.
Aquella noche, mi atención se posaba, de forma más bien imprevista o accidental, en la propuesta de aquel canal, miembro distinguido del engranaje de la maquinaria de ingeniería social de "nuestros liberales". En dicha maquinaria, la realidad virtual de tantos programas de televisión parece funcionar como una suerte de correa de transmisión que, a fuerza de repetir hasta el hartazgo su propaganda progresista, consiguiera que ésta se infiltrase definitivamente en nuestras vidas.
Al principio, me pareció que se trataba de un debate, por aquel formato compuesto por un presentador-moderador en torno al cual se situaban en enfrentamiento simétrico cuatro personas, dos a su izquierda, dos a su derecha. Cada una de ellas (cuatro periodistas) comenzó a exponer su postura acerca del tema "modelos de familia", en una sucesión de notas en sinfonía monocorde que me hizo llegar a la conclusión de que se trataba, más bien, de una tertulia fundamentada en un solo razonamiento indiscutible, un solo argumento inapelable, una sola idea incontestable: el progreso.
Según las cuatro contertulias, el progreso de nuestra sociedad había desembocado en la existencia incontrovertible de varios modelos de familia, que ellas catalogaban conforme a las siguientes denominaciones: familia tradicional, familia monoparental, familia homosexual, familia nuclear, familia de aluvión......
La definición de lo que el resto de los mortales debemos entender por tales denominaciones lo decidían ellas mismas, así, sobre la marcha, de modo que, por ejemplo, por familia tradicional se entendería -según acuerdo unánime de nuestras contertulias-, aquella en la que «la pareja» está unida por un vínculo conyugal de tipo «católico». En este tipo de familia, la mujer, que generalmente no trabaja fuera de casa, está sometida inevitablemente al marido, que genera los recursos económicos con los que se sostiene dicha familia, sometimiento que en algunos casos puede convertirse en maltrato físico o psicológico, que no suele denunciarse en base al consabido arcaísmo de «para toda la vida». En el caso de los hijos se llegaba a la conclusión de que, como en este tipo de familia -y no así en los otros, según nuestras contertulias- la prepotencia ejercida por el padre dominante podía degenerar en episodios de violencia también para con los hijos, en previsión de esa hipotética agresión, casi era mejor que niños nacidos en familias del modelo tradicional, pasasen a formar parte de otros modelos más modernos. Culminaban su descripción del susodicho modelo tradicional afirmando que, como en nuestra sociedad este modelo apenas tiene ya presencia, las familias de este tipo acostumbran a acudir periódicamente al «manifestódromo» -en expresión acuñada por una de las tertulianas- para que el resto de la sociedad cayera en la cuenta de que todavía existen algunas reliquias de este modelo de familia, enemigo, por definición, del progreso de la humanidad.
Una de las tácticas utilizadas por nuestras contertulias, que, aunque no me resultó del todo novedosa -por haberla visto ya en algunos manuales de la asignatura "Educación para la Ciudadanía"- hizo que el sentido común me enviase un ligero aviso, fue el hecho de que eran ellas mismas quienes decidían, así, sobre la marcha, qué tipo de personas pertenecían a tal o cual modelo de familia, emitiendo, al mismo tiempo, un juicio de valor sobre dichas personas, al modo de los libros de la citada asignatura, que también sientan cátedra acerca del modelo de familia que más conviene a nuestros vástagos, asignatura ésta que parece haber sido diseñada con el propósito de asegurar la inoculación directa del progresismo a las futuras generaciones de votantes.
Escuché con interés cada una de las intervenciones de nuestras contertulias, expresadas con unánime acompasamiento de pareceres -puesto que todas y todos estaban de acuerdo en todo- hasta que, finalizada la tertulia, di por concluida mi incursión en los dogmas de la progresía, lo cual me permitió retomar por completo el sentido común, que había permanecido arrinconado durante aquel lapso de tiempo, enviando leves avisos apenas audibles, temeroso de ser engullido si se exponía abiertamente.
El sentido común, con su llegada, me sugirió la conclusión de que estos nuevos modelos de familia, lejos de reflejar la realidad existente, parecen haber sido ideados para encasillar a las personas en unas categorías predeterminadas e impuestas, fruto de una oleada de ofuscación sectaria que, con cada nueva aportación, divide y enfrenta, impone y no respeta, y que, al fin «contribuye al debilitamiento de los principios del derecho natural (...) y también a la confusión sobre los valores en la sociedad».
Fuente: Análisis Digital.
Aquella noche, mi atención se posaba, de forma más bien imprevista o accidental, en la propuesta de aquel canal, miembro distinguido del engranaje de la maquinaria de ingeniería social de "nuestros liberales". En dicha maquinaria, la realidad virtual de tantos programas de televisión parece funcionar como una suerte de correa de transmisión que, a fuerza de repetir hasta el hartazgo su propaganda progresista, consiguiera que ésta se infiltrase definitivamente en nuestras vidas.
Al principio, me pareció que se trataba de un debate, por aquel formato compuesto por un presentador-moderador en torno al cual se situaban en enfrentamiento simétrico cuatro personas, dos a su izquierda, dos a su derecha. Cada una de ellas (cuatro periodistas) comenzó a exponer su postura acerca del tema "modelos de familia", en una sucesión de notas en sinfonía monocorde que me hizo llegar a la conclusión de que se trataba, más bien, de una tertulia fundamentada en un solo razonamiento indiscutible, un solo argumento inapelable, una sola idea incontestable: el progreso.
Según las cuatro contertulias, el progreso de nuestra sociedad había desembocado en la existencia incontrovertible de varios modelos de familia, que ellas catalogaban conforme a las siguientes denominaciones: familia tradicional, familia monoparental, familia homosexual, familia nuclear, familia de aluvión......
La definición de lo que el resto de los mortales debemos entender por tales denominaciones lo decidían ellas mismas, así, sobre la marcha, de modo que, por ejemplo, por familia tradicional se entendería -según acuerdo unánime de nuestras contertulias-, aquella en la que «la pareja» está unida por un vínculo conyugal de tipo «católico». En este tipo de familia, la mujer, que generalmente no trabaja fuera de casa, está sometida inevitablemente al marido, que genera los recursos económicos con los que se sostiene dicha familia, sometimiento que en algunos casos puede convertirse en maltrato físico o psicológico, que no suele denunciarse en base al consabido arcaísmo de «para toda la vida». En el caso de los hijos se llegaba a la conclusión de que, como en este tipo de familia -y no así en los otros, según nuestras contertulias- la prepotencia ejercida por el padre dominante podía degenerar en episodios de violencia también para con los hijos, en previsión de esa hipotética agresión, casi era mejor que niños nacidos en familias del modelo tradicional, pasasen a formar parte de otros modelos más modernos. Culminaban su descripción del susodicho modelo tradicional afirmando que, como en nuestra sociedad este modelo apenas tiene ya presencia, las familias de este tipo acostumbran a acudir periódicamente al «manifestódromo» -en expresión acuñada por una de las tertulianas- para que el resto de la sociedad cayera en la cuenta de que todavía existen algunas reliquias de este modelo de familia, enemigo, por definición, del progreso de la humanidad.
Una de las tácticas utilizadas por nuestras contertulias, que, aunque no me resultó del todo novedosa -por haberla visto ya en algunos manuales de la asignatura "Educación para la Ciudadanía"- hizo que el sentido común me enviase un ligero aviso, fue el hecho de que eran ellas mismas quienes decidían, así, sobre la marcha, qué tipo de personas pertenecían a tal o cual modelo de familia, emitiendo, al mismo tiempo, un juicio de valor sobre dichas personas, al modo de los libros de la citada asignatura, que también sientan cátedra acerca del modelo de familia que más conviene a nuestros vástagos, asignatura ésta que parece haber sido diseñada con el propósito de asegurar la inoculación directa del progresismo a las futuras generaciones de votantes.
Escuché con interés cada una de las intervenciones de nuestras contertulias, expresadas con unánime acompasamiento de pareceres -puesto que todas y todos estaban de acuerdo en todo- hasta que, finalizada la tertulia, di por concluida mi incursión en los dogmas de la progresía, lo cual me permitió retomar por completo el sentido común, que había permanecido arrinconado durante aquel lapso de tiempo, enviando leves avisos apenas audibles, temeroso de ser engullido si se exponía abiertamente.
El sentido común, con su llegada, me sugirió la conclusión de que estos nuevos modelos de familia, lejos de reflejar la realidad existente, parecen haber sido ideados para encasillar a las personas en unas categorías predeterminadas e impuestas, fruto de una oleada de ofuscación sectaria que, con cada nueva aportación, divide y enfrenta, impone y no respeta, y que, al fin «contribuye al debilitamiento de los principios del derecho natural (...) y también a la confusión sobre los valores en la sociedad».
Fuente: Análisis Digital.
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