Artículo publicado en el blog Todo era bueno el 17 de junio de 2010.
No siempre las escuelas religiosas en España son lo que muchos de sus clientes querrían: centros a los cuales confiar una educación católica de excelencia para los hijos, así como un buen aprendizaje de las ciencias humanas.
Hoy en día, por desgracia, algunas funcionan por la regla del mal menor: la escuela pública aún está peor.
Igual que el PP lleva años alimentándose del voto católico con la excusa de que "los otros son peores", la escuela religiosa se ha alimentado del miedo de la gente a dejar a sus hijos en manos del gobierno.
En principio la cosa no parece grave porque, aunque la escuela religiosa no cumpla su objetivo primero, que es ayudar a los padres en la educación religiosa de los niños, por lo menos evita un excesivo adoctrinamiento de los menores y les da una pasable formación general.
Pero en realidad, a la larga no es así.
Aunque es verdad que la escuela religiosa malminorista acota el mal de la escuela pública ideologizada, provoca, por desgracia, graves daños colaterales difícilmente cuantificables en el tejido católico:
-En primer lugar, porque ocupa el nicho ecológico de la escuela católica. La escuela religiosa malminorista es un parásito que evita que los católicos descubran que es necesaria una verdadera escuela católica.
Por poner un ejemplo. Es como tener un juez aburguesado que no quiere aplicar la ley y va pasando a la sociedad con razones. La gente puede pensar que la justicia está asegurada porque hay un señor con toga que habla como un juez. Parece que no hace daño, porque no comete ilegalidades, pero está adormeciendo a la sociedad porque le hace creer que no tiene necesidad de un juez. Si ese juez admitiera que no quiere tener la gallardía de afrontar la defensa de la justicia y se fuera a casa, la cosa mejoraría mucho. Quienes buscan justicia encontrarían el tribunal vacío y se moverían para buscar un buen y valiente juez.
Ese es parte del daño de la escuela religiosa malminorista: copa la demanda de una enseñanza religiosa católica pero no la ofrece. Si muchos de los que están llevando esas escuelas dieran la cara y dijeran claramente: no nos sentimos con fuerzas/no queremos llevar adelante una escuela católica. Queremos ser simplemente una escuela privada de calidad… En ese caso, los padres sabrían a qué atenerse y podrían moverse, organizarse, y montar una escuela confesionalmente católica, católica de la cabeza a los pies, tal y como la Constitución les da derecho a elegir para sus hijos.
-El segundo daño que provoca la escuela religiosa malminorista es que anestesia a los padres. Lo hace porque, aparentemente, garantiza a éstos que sus hijos están recibiendo una enseñanza 100 por 100 católica. Sin embargo, entre la presión de los conciertos, la disminución o desaparición de la presencia de los religiosos en las clases directas, la proliferación de un profetismo contestatario sesentayochero, la penetración de la secularización en la mentalidad religiosa, la pérdida del vigor evangelizador, el miedo a la pérdida de subvenciones, la disolución identitaria y algunas otras cosas… lo cierto es que las cosas no son tan fáciles.
Los padres católicos de un niño que va a la escuela pública saben que tienen que estar ojo avizor, examinando continuamente la educación que está recibiendo su hijo, para descubrir rápidamente los problemas y atajarlos. No pueden dormirse.
En cambio, los padres que llevan a sus hijos a una escuela religiosa malminorista creen que no hay de qué preocuparse. Los curas y las monjas están en el control. Uno puede ver el Mundial y soñar con las vuvuzelas. Así fue cómo, a la hija de una amiga mía, en un colegio de religiosas le enseñaron las bondades del preservativo. Y cuando fue a protestar, la miraron compasivamente, como madre fundamentalista que era, y le dijeron aquello de "Paz y bien hermana", que nosotras somos muy monjas y ¿cómo vamos a querer otra cosa que el bien de tu hija? Es más: sabemos lo que le conviene más que tú, pobre fanática.
-El tercer daño es que favorece (en algunos casos) una iniciación cristiana erróneamente desvinculada de la comunidad bautismal. Comuniones y confirmaciones celebradas en los colegios, como si estos fueran gasolineras del espíritu. Y cuando acaba la juventud o el sentimentalismo, lo que se tiene son grupos de cristianos que no están vinculados a ninguna comunidad cristiana verdaderamente estable, gozosamente cerrados en sí mismos y, con frecuencia, con la misma actitud liberal contestataria autonomista que ha arruinado las vocaciones de la congregación-madre.
Podríamos alargarnos, pero se acaba la pausa-café.
EMHO, lo ideal sería que la escuela religiosa malminorista hiciera una verdadera regeneración, para convertirse en lo que debe ser, en lo que los fundadores de las diferentes ramas religiosas que llevan estas escuelas querían que fuera.
De lo contrario, lo mejor sería que fueran honrados y aparcaran el apellido católico en todas sus versiones. Así se conseguiría al menos tres cosas:
- Que los padres que prefieren una verdadera enseñanza católica se largaran a otro sitio, se organizaran y buscaran medios para asegurar una escuela con calidad católica. Si la escuela católica malminorista dejara de parasitar la demanda de educación católica aparecerían grupos de padres con el vigor suficiente como para formar cooperativas de padres que regentaran colegios católicos o asociaciones que pudieran reorganizar colegios ya existentes.
- Que los padres que siguieran confiándoles sus hijos lo hicieran con las antenas puestas, como en la escuela pública, para corregir los posibles errores.
- Que los padres se preocuparan de que la iniciación cristiana de sus hijos fuera recibida en un contexto donde la eclesialidad tuviera una expresión máxima, ni pasajera, ni circunstancial, ni parcial.
Lo del mal menor nunca es una opción adecuada a largo plazo. Ni en la política, ni en la educación.
Fuente: Todo era bueno.
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