domingo, 12 de diciembre de 2010

Causas de la catástrofe educativa

El sistema de enseñanza en España prima la vulgaridad y destierra el mérito, la excelencia y el esfuerzo. La LOE propone menos calidad, más igualitarismo por abajo, más control estatal, más fracaso. La sociedad española es hija de esa izquierda que lleva 30 años ejerciendo el monopolio cultural.

José Javier Esparza
 
El Informe PISA nos suspende. La educación en España roza la catástrofe. Pero hay tres razones que hacen la catástrofe más honda: una, que es la tercera vez en 10 años que pasa esto, o sea que somos tenaces reincidentes; dos, que a la mayor parte de la sociedad le da igual; tres, que esto no es un azar desdichado, sino el fruto directo de un sistema de enseñanza que nuestros gobernantes se niegan a cambiar.
 
En nuestro naufragio educativo hay razones ideológicas de fondo y conviene ponerlas en claro. El modelo de educación vigente en España desde hace un cuarto de siglo, implantado por el PSOE de Felipe y Rubalcaba, obedece a un objetivo: crear una sociedad igualitaria sobre la base de “valores” supuestamente compartidos por todos. Frente a la escuela tradicional, que enseñaba materias concretas, en sentido vertical, a un alumnado desigual por naturaleza, la escuela socialista aspira a enseñar valores en sentido horizontal a unos alumnos igualados de grado o por fuerza. En ese camino, los psicopedagogos socialistas encontraron una buena herramienta en las teorías de la “escuela comprensiva”. Eso fue la Logse. Esta gigantesca operación ideológica no ha sido exclusiva de España; otros países pasaron antes por ella y vivieron sus nocivas consecuencias. Pero sólo España sigue aferrada al modelo.
 
Causas del desastre
 
Como la Logse era un fiasco, los Gobiernos de Aznar intentaron cambiar las cosas. Fracasaron. La primera vez, por la oposición de las minorías separatistas. La segunda, por la mala gestión del propio PP, que no acabó el proyecto de Ley de Calidad de la Educación hasta el último año de legislatura y, por eso, no llegó a entrar en vigor. Zapatero lo primero que hizo fue anular esa reforma sin contemplaciones. Y para sembrar de sal el campo, hizo aprobar una nueva ley que no es sino un ahondamiento en los desastres de la vieja Logse.
 
¿Cuáles son esos desastres? Desterrar el mérito y el esfuerzo; la LOE lo confirmó al permitir el paso de curso con dos asignaturas suspensas. Privar de autoridad a los profesores. No garantizar la libertad de elección de centro; la LOE elevó el problema al cubo al afirmar el privilegio estatal de mediatizar la elección de los padres. Arruinar la formación del espíritu con la amputación de las Humanidades y el destierro de la asignatura de Religión. En definitiva, menos calidad, menos libertad, menos excelencia; más igualitarismo por abajo, más vulgaridad, más control estatal y, evidentemente, más fracaso. En vez de proponer un horizonte de excelencia al que todos puedan llegar, se propone un horizonte de mediocridad del que nadie pueda escapar.
 
Las soluciones al problema son bien conocidas. Hay que organizar la educación pensando en los alumnos y en la sociedad. La escuela está para impartir conocimientos, no ideología. Es llamativo que los dos puntos negros de la enseñanza en España sean precisamente las dos asignaturas más objetivas y menos ideológicas: Matemáticas y Lengua. Además, si las personas son diversas por naturaleza, habrá que aceptar que los resultados de la educación sean desiguales. La única manera de estimular el aprendizaje es premiar el esfuerzo, así que habrá que reintroducir el concepto de mérito. Como no hay esfuerzo sin autoridad, será preciso subrayar el papel del docente. Y aquí habrá que recordar a las familias cuál es su papel.
 
Todas estas cosas, que parecen elementales, causan erisipela en las mentes “progresistas”. El problema es que su luminoso mundo no termina de amanecer. Y lo que emerge, en su lugar, es un escenario de descomposición social, incultura individual y zozobra colectiva. El gran drama de la izquierda ilustrada española es que su programa regenerador se ha resuelto en el fracaso escolar, el desamparo ético y la telebasura. La izquierda haría bien en preguntarse en qué se ha equivocado. Porque la sociedad española presente es hija de esa izquierda que lleva 30 años (¡30!) ejerciendo el monopolio del poder cultural. Esto que hay lo han hecho ellos.
 
Lo que sí y lo que no
 
En cuanto a los proyectos de reforma que abandera la derecha, si se limitan a acentuar el éxito de la formación técnica, so pretexto de “utilidad”, tampoco nos llevarán muy lejos. No basta con exigir más en “inglés y nuevas tecnologías”. Eso no sirve de nada si no se devuelve a las Humanidades al lugar que merecen. Porque si no sabemos dónde está lo bueno, lo bello y lo justo, ¿para qué sirve lo útil? La tragedia del utilitarismo es que termina siendo inútil. Es lo que pasa con la estúpida pregunta “para qué sirve estudiar Filosofía”: estudiar Filosofía sirve para no hacer preguntas tan tontas. La finalidad de la educación no es sólo formar seres útiles para la sociedad, fabricar buenos aparatos; criar bestias eficientes es un horizonte más bien poco prometedor. La educación sirve para cosas mucho más altas. Los griegos veían la formación del ciudadano como una obra de arte. Por eso enseñaban cosas tan poco “prácticas” que han proyectado su sombra durante milenios. Los egipcios, al contrario, limitaban la enseñanza a la instrucción técnica de los escribas; su civilización obtuvo logros, pero desapareció sin dejar rastro vivo.
 
Lo que la educación socialista propone es un tipo de hombre hedonista y lúdico, una suerte de versión progre del “buen salvaje”, sin reparar en que ese hombre, por su absoluta carencia de asideros éticos y conceptuales, lo tiene todo para convertirse en un esclavo voluntario, en un épsilon sin voluntad que flota en el universo blando del consumo. La alternativa tiene que ser una idea distinta y más alta: un hombre que sepa pensar y actuar en contextos complejos, acostumbrado a exigirse y a dominarse, enraizado en una cultura y una patria, con sentido de la justicia para valorar el mérito y la excelencia, con una formación espiritual para saber que el sentido de la vida va más allá del propio apetito individual. Ahí hay que apuntar.

Fuente: La Gaceta.

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