Por Josep Miró i Ardèvol.
Los psiquiatras y psicólogos dedicados a la infancia y la adolescencia constatan la emergencia y extensión de un problema grave. Se trata del acceso, adicción en otros casos, de los menores a la pornografía. Estos chicos (porque la pornografía es básicamente masculina en razón de cómo el hombre procesa los estímulos sexuales), incluso de diez años, acceden a una visión de la relación sexual con la mujer basada en la práctica pornográfica. El acto reducido a la condición más directa y genital, menos vinculada a los sentimientos, carente de integración en el todo humano. Esto en el mejor de los casos, porque las variantes pornográficas sádicas, dedicadas al bondage, y demás practicas punitivas para la mujer, poseen muchos adeptos. Este vicio, es decir, lo opuesto a la virtud, formateará de una manera difícil de remediar la mente de quien con el tiempo devendrá adulto.
Existe una técnica de entrenamiento deportivo, el Rendimiento Máximo, de una efectividad demostrada. La inició hace ya un montón de años el equipo de esquí de la URSS, y se aplica a muchas disciplinas. Incluso yo lo probé en ejercicios de fuerza, y funcionó. Aumentaba el peso que podía levantar. El Rendimiento Máximo nos dice que las visiones mentales repetidas con atención condicionan nuestra capacidad. Una mente anclada en la pornografía desde la adolescencia ¿cómo contemplará la relación con la mujer?, ¿qué tipo de marido y padre será?
Entre las chicas ha crecido en una medida extraordinaria una cultura de hipertrofia sexual. El éxito entre los chicos se mide en 'hacerlo' lo más pronto y tantas veces como sea posible. Precisamente el pequeño grupo de chicas de 15 a 19 años consumieron el año pasado en Cataluña el 35% de las 'píldoras del día siguiente' expedidas en farmacias, lo que señala (1) la toma sin moderación y con riesgo, (2) la política de fomento de los poderes públicos, y (3) la promiscuidad compulsiva de su relación. El encuentro de estos dos tipos adolescentes, el varón pornógrafo y la chica hipersexualizada, es como un choque de trenes de alta velocidad, que dañará a las personas y a los cimientos de la sociedad, que necesita de otros hábitos para funcionar bien.
Es una contradicción inasimilable: cuando la ideología de género, ese insulto a la razón científica, forma parte de la doctrina oficial, crecen las pautas adolescentes del machismo más desconsiderado y agresivo con la mujer, y la reducción del éxito de ellas a ser aceptadas sexualmente por un chico.
¿Quién puede extrañarse de fenómenos tan exagerados en este país como el gran fracaso escolar, el vandalismo, nocturno y festivo, el elevado consumo de drogas, y el alcoholismo gregario del botellón? Y que no se diga como huida que hay otros adolescentes que no son así. ¿Cómo no voy a saberlo si tengo hijos? Pero, la prioridad es atajar lo que va mal y no celebrar lo bueno, y menos todavía utilizarlo como cortina de humo para difuminar el grave problema. Porque nuestros adolescentes en buena media van extremadamente mal. La razón es única. La cultura dominante parte de la sociedad que la acoge, las instituciones, incluidas las escuelas, las familias no saben en absoluto educar. Hablan de educar, pero desconocen su significado real, que se fundamenta en dos principios: conducirlos hacia el sentido del bien –y el problema empieza porque somos incapaces en ponernos de acuerdo en tal sentido–, y el hecho de que se ha olvidado que la educación es sobre todo el conocimiento y práctica de la virtud, y aquí incluso la palabra se ha vuelto sospechosa.
Si, en lugar de la estupidez de Educación para la Ciudadanía, buenos maestros se dedicaran a dar a conocer entre los alumnos y proporcionarles una compresión práctica de la Ética nicomaquea y la Ética eudemiana de Aristóteles, empezaríamos a avanzar en la buena dirección por vez primera en muchos, muchos años. ¡Ah y además no costaría dinero!
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos.
Fuente: ForumLibertas.
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