viernes, 13 de mayo de 2011

Sexo

  
Por Cristina L. Schlichtin.
  
Durante nueve años hice el primer espacio de sexualidad en la radio católica española y escuché las preguntas más extremas. Una vez llamó un hombre para preguntar por qué padecía impotencia «cuando estoy con las otras». Me quedé de piedra. La sexóloga que me ayudaba en antena le preguntó si era algo calvo, con barriga y más de 50 años. Resultó que tenía las tres cosas. No entendí estas cuestiones hasta escuchar el diagnóstico tras un largo diálogo: «Usted no padece impotencia, porque con su mujer reacciona perfectamente. Ella lo acepta como es, con canas, barriga y lo que haga falta. Por el contrario, cuando intenta hacer de supermán con otras, con las que no se siente seguro, le falla la erección». Y el veredicto fue conmovedor: «No tiene un problema en el pene, tan sólo tiene que aclararse con respecto a su mente y su corazón». El sexo es así de complicado y simple a la vez, como todo lo humano. Hace mucho que los especialistas saben que la anorgasmia, vaginitis, falta de erección, son a menudo bastante más complejos que conocer cuántos agujeros tiene el ser humano o cuántas posturas existen. Ningún sexólogo reputado puede dar por bueno el manual de la Junta de Andalucía que aconseja a los alumnos de entre 13 y 16 años que analicen revistas pornográficas y discutan sobre los dibujos de las paredes de los aseos públicos. Educar en la sexualidad es cosa relacionada con la dignidad humana y los afectos, salvo que lo que se explique sea la cópula de los monos.
  
Fuente: La Razón.

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