lunes, 29 de agosto de 2011

Menos latín y más gimnasia

Por Alicia V. Rubio Calle.
 
Acababa de terminar la carrera de Filología Clásica en Salamanca. Elegí esa especialidad frente a otras porque tenía más posibilidades de encontrar trabajo al terminar; tenía salidas, palabra mágica, frente a otras carreras de letras que me gustaban más pero que me condenaban a un paro más o menos largo.
 
Para optar a una plaza de profesora, había que hacer un Curso de Adaptación Pedagógica (CAP se llamaba) a cargo de los flamantes profesores de la Facultad de Pedagogía y Psicología de Salamanca.
 
En la primera clase que nos impartió un individuo del que no aprendí nada, y a la que asistíamos en un aula enorme los alumnos recién licenciados de varias facultades de filología, ya se nos avisó de que se avecinaban tiempos nuevos: «Los de Clásicas podéis hacer una pajarita con el título, que ya no os va a servir para nada», dijo el chistoso docente salmantino a quienes llevábamos cinco años aprendiendo, en lengua original, el saber de los pueblos que pusieron una nada despreciable parte de las bases de lo que hoy somos.
 
«Una pajarita con el título». El Latín y el Griego desaparecían del sistema educativo. Yo no conocía a Marchesi, pero aquel docente que no transmitía nada útil, sí. Y sabía que se estaba fraguando, probablemente con su intervención, un nuevo sistema educativo donde sobraba todo cuanto los clásicos nos transmitieron: respeto a los mayores, deseo de superación, búsqueda de las leyes justas y el bien común, asunción de responsabilidades, capacidad de esfuerzo, sacrificio por ideales, espíritu crítico, búsqueda de la verdad…
 
Llevaba cinco años en Salamanca empapada en Cicerón, Platón o Demóstenes, pero ni conocía a Marchesi ni tenía conocimiento de que un grupo de sabios pedagogos y psicólogos infantiles se disponían a cambiar el mundo, comenzando por descartar del sistema educativo a aquellos pensadores obsoletos y aburridos escritores.
 
Digo que no aprendí nada de aquel individuo… quizá sí: aprendí a nadar en aguas revueltas, porque descubrir que hoy crees tener algo que al momento es nada, una pajarita de papel, por ejemplo, ya me lo habían enseñado esos tíos aburridos: «los clásicos». Tratando de salvar los pocos trastos que pude en el naufragio, oposité para profesora de Educación Física.
 
Nadando entre el latín y la gimnasia, recuerdo la conocida anécdota en la que en un debate en las Cortes franquistas el Ministro Secretario General del Movimiento Don José Solís Ruiz defendía un proyecto de ley para aumentar el número de horas dedicadas al deporte en los colegios en detrimento del estudio de las lenguas clásicas.
 
En medio del discurso se preguntó: ¿Para qué sirve hoy el latín?
 
Don Adolfo Muñoz Alonso, profesor de la Universidad Complutense y amante de la cultura, no pudo contenerse y desde su escaño increpó al Sr. Solís: «Por de pronto, señor ministro, para que a Su Señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa».
 
Desaparecido el latín, la educación física sigue siendo una materia menor, por lo que se puede suponer que no hemos ganado en salud lo que hemos perdido en cultura. Por ello, me temo que en la actualidad, a los habitantes de Cabra se les llame de una forma más contundente pero mucho menos elegante, pese a continuar con los mismos achaques causados por la falta de ejercicio físico que cuando eran egabrenses.
 

1 comentario:

  1. "Es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza".
    Antonio Machado
    Yo no he estudiado en Salamanca, ni tengo otra titulación académica que un simple Bachillerato, pero tampoco me hace falta para darme cuenta de la situación tan penosa que atravesamos en cuanto a educación y cultura en nuestro país, por lo cual siento una profunda pena y una tremenda decepción. Hubo épocas pasadas en las que a la sociedad le era "impuesta" la incultura y vetado el saber, como todos sabemos, porque así se maneja mejor a las masas. Hoy vemos que la lucha de muchas personas por darle a la educación el sentido que debe tener, el de ser el pilar fundamental sobre el que se asiente una sociedad justa, está fracasando estrepitosamente, pues parece que aceptamos con resignación y jocosidad española el lastre de la incultura. Y es que, desafortunadamente, son muchas las personas, que al igual que aquel ministro ignorante, piensan que para qué les sirve saber latín.

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