Por José Luis Requero.
No estoy dispuesto a hacerle perder un minuto de su tiempo intentando razonar o demostrar qué es mejor, si la educación mixta o diferenciada; es decir, qué es mejor: si llevar a nuestros hijos a colegios mixtos de niños y niñas o a colegios de niños por un lado y de niñas por otro. En mi caso mis hijos han ido y van a colegios diferenciados, pero tengo amigos que los llevan a colegios mixtos. Que recuerde, este tema jamás ha sido motivo no ya de discusión sino, simplemente, de charla.
La razón es obvia. Es algo que debe quedar a la entera decisión de las familias; no es más que una cuestión de libertad de enseñanza, tanto para los padres a la hora de elegir colegio como para los titulares de los colegios para hacer su oferta. Unos y otros deben tener abiertas todas las posibilidades. Así es como desde hace más de siglo y medio hemos venido funcionando. Son generaciones y generaciones las que han salido de colegios mixtos o diferenciados. Y no ha pasado nada.
En estos meses está dando sus primeros pasos el anteproyecto de ley de Igualdad de Trato. Allá por octubre, dediqué un artículo –«La Europa igualitaria»– al proyecto de Directiva Antidiscriminación de la UE. Criticaba el aire dirigista que rezuma, alumbrado por burócratas que pretenden el control público de lo privado. Expuse varios ejemplos de cómo con ese proyecto podría irse a un dirigismo asfixiante que alcanzase la vida cotidiana de cada ciudadano, incluidas sus relaciones personales.
Ahora llega la versión española con ese anteproyecto de ley de igualdad de trato. Como suele ser ya lo habitual, hay que ponerse en lo peor para acertar. Mientras que el proyecto de Directiva excluye expresamente el educativo, en el que se permite diferencia de trato en el acceso a los colegios por razones confesionales y de convicción, el texto español va dirigido directamente a ese ámbito y se excluye del sistema de conciertos a los colegios de educación diferenciada.
Es un paso más que, esta vez, se quiere que sea el definitivo. Ya la vigente Ley Orgánica de Educación, de 2006, apunta en esa dirección cuando indica que en el ámbito de la educación concertada para la admisión de alumnos, «en ningún caso habrá discriminación por razón» de sexo. Esta afirmación, en el fondo genérica, fue llevada a sus más irreflexivas consecuencias por algunas sentencias del Tribunal Supremo, que han hecho una reflexión de grueso trazado de lo que significa la discriminación, la libertad y la función del Estado; no caen en la cuenta de que el modelo educativo mixto o diferenciado nada tiene que ver con la discriminación por razón de sexo: es cuestión de libertad, de estimarla y tutelarla.
Vuelvo al comienzo. Un colegio mixto o diferenciado es algo espontáneo, forma parte de la libertad que hay que reconocer a la sociedad al ofertar opciones pedagógicas. Se me podrá decir que, de acuerdo, nada va a impedir que haya colegios diferenciados, pero no subvencionados y aquí está la cuestión. Los poderes públicos están para fomentar esas manifestaciones plurales de la sociedad; el dinero de todos no puede emplearse para fomentar una concepción igualitaria de la sociedad en detrimento de la libertad de sus ciudadanos. Aparte de que quitar el concierto equivaldrá a cerrar esos colegios.
¿Significa esto que acaso no es discriminatorio impedir a un niño o a una niña entrar en un colegio, precisamente por razón de sexo? Les discriminaría si quedasen sin escolarizar o si los padres no pudiesen llevarlos al colegio de su libre elección –por cierto, otro aspecto de libertad para muchos inédito–, pero la experiencia demuestra que los titulares de colegios diferenciados tienen centros de niñas o niños en las mismas poblaciones. Con lo cual volvemos al principio: es cuestión de creer en la libertad.
Llevamos ya cierto tiempo hablando de prohibiciones. Un ejemplo ha sido la pasada edición dominical de este periódico. Prohibir es sucedáneo de política y si algo muestra el creciente prohibicionismo es la falta de ideas e iniciativas políticas. Ahora son sanciones administrativas, pero mañana pueden dar paso a la cárcel, pero sea una cosa u otra, el prohibicionismo –en este caso, de hecho, de la educación diferenciada concertada– sufre de una patología trágica: que no entiende ni comprende la libertad. Y si quien nos gobierna no entiende ni comprende la libertad, el único instrumento que le queda para gobernar es la represión. La crónica política ha importado del baloncesto la expresión «minutos basura» por «meses basura» para señalar el tiempo que media hasta la convocatoria electoral, cuando de una legislatura ya agotada se trata. Vivimos unos meses basura peligrosísimos. Y hay dos medidas pendientes: la ley de igualdad de trato y la de libertad religiosa. El proyecto político de las últimas legislaturas ha sido inyectar ideología en dosis masivas y, al final, el balance no vendrá dado por la situación política o económica que se deja, sino por el modelo de sociedad que se ha incoado: el de una sociedad inerte.
Fuente: La Razón.
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