viernes, 25 de noviembre de 2011

Educamos todos pero no del mismo modo

Por Juan Antonio Gómez Trinidad, catedrático de Filosofía. 

Los que nos dedicamos a la educación, entendida en su sentido más estricto de enseñanza formal regulada por el Estado, tendemos con demasiada frecuencia a realizar diagnósticos demasiado endogámicos y excesivamente egocéntricos. Sin embargo, ha calado ya, al menos a nivel de conocimiento, el aforismo africano de que “para educar se requiere toda la tribu”. Otra cosa distinta es que se traduzca en acciones ese convencimiento.
  
Aquí educamos todos, pero no todos de la misma forma y con la misma intensidad. Cada vez estoy más convencido de que para salir de la situación de crisis educativa es necesario y urgente devolver a la familia el protagonismo que le corresponde en la educación de sus hijos. No se trata de la participación más nominal que real de los padres en los centros educativos.
   
Cuando hablo de contar con la familia no me refiero exclusivamente a que las familias puedan elegir el centro que quieran para sus hijos. Es necesario, siempre que sea posible, que los padres puedan elegir el centro que quieran, y no solo según la titularidad de los mismos, sino dentro ellos, ya sean privados, concertados o  públicos, aquellos cuyo ideario pedagógico o cuya metodología se adapte mejor a sus preferencias. 
   
El protagonismo de la familia debe ser mayor, en cuanto a derechos y deberes se refiere,  puesto que la familia es el nicho ecológico, el lugar natural donde el niño, el joven,  debe ser educado, sobre todo en las cuestiones básicas y fundamentales. En todos los estudios empíricos, aunque para esto no hace falta hacer muchos estudios, se detecta que hay una estrecha relación entre el ambiente familiar y el éxito escolar. No solamente como a veces se dice, entre el condicionamiento socioeconómico de la familia y el éxito escolar. Si eso fuera cierto, los pobres estarían condenados a no progresar. Muchos de nuestra generación, entre los cuales me incluyo muy orgulloso, procedemos de unos padres muy humildes, sin recursos económicos, pero con un ambiente afectivo y educativo envidiable que posibilitó, junto a otros factores, una gran movilidad social. Junto a un clima afectivo estable, la trasmisión del sentido del deber, fue una de las claves del éxito de esa movilidad social y del bienestar actual. No en vano se encargaban de inculcarnos un sentido del deber, de resistencia al sufrimiento, de sacrificio que estaban muy lejos de la cultura del pelotazo, del enriquecimiento fácil, del individualismo feroz cuyas consecuencias en estos momentos padecemos.
   
Por lo tanto creo que es tarea fundamental de una política educativa el devolver a la familia la responsabilidad que le corresponde en la educación de sus hijos, no solamente como derecho, sino también como deber. 
   
Ha ocurrido en los últimos decenios que, unas veces por interés político y otras simplemente por comodidad de las propias familias, se ha delegado en la escuela muchas de las funciones educativas que son específicas de las familias. He podido comprobar cómo alguna madre con un hijo problemático, me exigía como responsable educativo que en vacaciones diera una solución al conflicto que le generaba el hijo con la castiza expresión de “este marrón no me lo voy a comer yo sola”; es verdad que es una anécdota extrema, pero refleja la pretensión de que sea el Estado el responsable último de la educación de los hijos.
  
Familia, lugar natural y primario donde los niños y jóvenes deben encontrar el cariño y la comprensión necesaria. Pero también el lugar donde deben aprender, sin autoritarismo, la disciplina, el respeto a las normas establecidas, el respeto a uno mismo, a los demás y al medio ambiente. La familia es el ámbito donde deben aprender a decir por favor, gracias o lo siento, palabras sin cuyo dominio difícilmente se puede enseñar nada en la escuela.
   
Una encuesta sobre los hábitos de estudio de los niños españoles, realizada por la Fundación Antena 3, refleja datos curiosos e interesantes, por ejemplo la capacidad autoengaño que tienen los padres; cuando a los padres se les pregunta por el tiempo que dedican sus hijos piensan que los hijos les dedican más tiempo al estudio que lo que responden los propios hijos. Pero en general hay un clima de confianza en la familia, lo cual nos indica que la familia sigue siendo, a pesar de todo, el lugar natural y el sitio de tranquilidad que goza de más confianza, pero a partir de ahí hay datos elocuentes.
   
El alumnado de primaria diariamente dedica 3h y media a estar delante de una pantalla. El 70% de los alumnos de primaria afirma dedicar cada día una hora o menos a estudiar, frente a las 3h y media de pantalla. 
   
El alumno de ESO dedica diariamente algo más de 4h y media a estar delante de una pantalla. Respecto del tiempo de estudio, el 56% de dicho alumnado afirma dedicar cada día una hora o menos al estudio, frente a las 4h y media de monitor. ¿Tienen conciencia los padres de esta situación?, ¿qué tiempo dedican a hablar con los hijos?
   
El problema de que no haya tiempo para estar con los hijos, además de otros, es el autoengaño de los padres respecto del esfuerzo que realizan los hijos, caso de que haya un cierto seguimiento del mismo. Entre los alumnos que suspenden, hay un alto porcentaje que nunca habla de la situación escolar en casa. Existe una estrecha relación entre hablar en casa de la situación escolar, y el éxito o fracaso.
   
Por lo tanto, considero que es necesario implicar más a las familias en la educación de los hijos. De acuerdo que debe ir acompañada de medidas fiscales, laborales y de un planteamiento general de conciliación de la vida laboral y familiar, pero lo más importante es cambiar la mentalidad y convencerse de que lo más importante es dedicar tiempo a los hijos.
   
Por ello, considero pretencioso y falso el partido político que se presente prometiendo que puede arreglar la educación sin contar con la familia. De nada sirve hacer una reforma de las leyes, o de la estructura del sistema educativo, ni hacer un pacto de estado en materia de educación, si previamente no existe un compromiso efectivo, una mayor implicación y corresponsabilidad de las familias en la educación.
  
Fuente: Revista Escuela, n.º 3923 (noviembre de 2011), pág. 36.

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