Por Felipe Saura Mateo (artículo publicado el 8 de febrero de 2011, en Fundación Burke).
Cuando nace un niño el primer ámbito en el que se desarrollará es la familia, ahí recibirá su primera toma de contacto con el mundo que le rodea. En España desde una pronta edad, ese niño tendrá que asistir obligatoriamente a los colegios públicos, semipúblicos o privados existentes, donde ya tomará contacto con otras personas, tanto compañeros como profesores, que ejercerán una influencia sobre él que estará fuera del control de la familia.
No mucho más tarde, ese niño o niña demandarán cada vez más contenidos audiovisuales, internet, etc., procedentes de los distintos medios de comunicación, los cuales también estarán cada vez más fuera del control de la familia. Dentro de este marco, se puede afirmar a grandes rasgos que las sociedades occidentales, y la española en particular, con el transcurso de los años están en gran parte determinadas o marcadas por las características de su sistema educativo y de la mayoría de sus medios de comunicación, con el único contrapeso, en su caso, de la familia.
En tal sentido, en España nuestro sistema educativo —que está controlado y dirigido por las distintas Administraciones Públicas– es un sistema muy deficiente según los estudios internacionales en la materia, y además está directamente influenciado por la izquierda política que ha conseguido introducir su ideología en las aulas de distintas formas, por ejemplo, mediante educación para la ciudadanía, con la infravaloración del esfuerzo, la posibilidad de pasar de curso a pesar de suspender varias asignaturas, etc. Este sistema educativo resulta ideal para que quienes pasan por el mismo se conviertan en personas carentes de los valores y los conocimientos necesarios que les permitan tomar un mínimo de distancia o formular un mínimo juicio crítico respecto a la información que reciben y al sistema en el que viven.
Por otra parte, no cabe duda de que en nuestro país la mayoría de los grandes medios de comunicación están condicionados o influidos por un sistema público de concesión de espacios de comunicación, así como por la publicidad institucional y los distintos mecanismos de intervención pública, lo cual da lugar a que, salvo honrosas excepciones, su programación esté basada en lo políticamente correcto y en la transmisión de los contravalores de la izquierda.
Así, esa intervención pública ha sido dirigida, casi en exclusiva, por una izquierda consciente de la importancia de mantener a una gran parte de la población constantemente imbuida en sus proclamas y contravalores, que son, entre otros, los siguientes: el adoctrinamiento contra la autoridad de los padres; la promiscuidad sexualidad; la crítica a la Iglesia, a la familia tradicional y a las naturales diferencias entre sexos; la crítica a los empresarios y al sistema capitalista; el encumbramiento de la homosexualidad; la defensa del intervencionismo público; el adoctrinamiento feminista; la consideración de los hijos como una carga en detrimento del disfrute personal y la carrera profesional; el ensalzamiento del éxito rápido y etéreo, con el olvido de los principios de sacrificio y trabajo necesarios para el éxito profesional, etc.
En consecuencia, tanto el sistema educativo como los medios de comunicación en España forman un tándem perfecto para que una gran parte de los jóvenes y no tan jóvenes en nuestro país sean adictos a lo políticamente correcto, incapaces de realizar una crítica mínimamente profunda a nuestra situación política y social, e incapaces de intuir la realidad que se esconde detrás de todas las mentiras y falacias que han recibido desde una edad temprana. Dicha realidad consiste en que la familia surgida de un matrimonio entre un hombre y una mujer con su natural descendencia, y los valores cristianos que hicieron posible dicha familia, constituyen la única base sólida para la existencia de una sociedad verdaderamente civilizada y sana en la que se respeten las libertades individuales, siendo a su vez éstas últimas un requisito indispensable para el surgimiento de una nación de hombres libres y responsables que puedan hacer frente a la natural tendencia expansiva y omnipresente del poder político y estatal.
En tal sentido, sólo pueden ser conscientes de dicha realidad aquellas personas que no veneran a otras personas porque confían en si mismos y no tienen miedo a su futuro; personas que desconfían de todo aquel que hace promesas con dinero publico, de aquel que solo habla de derechos, de aquellos que sólo se justifican criticando al contrario; personas que no se obsesionan únicamente en lo material sino que miran más allá y son conscientes de que el bienestar material de una sociedad depende tanto del sacrificio personal de la mayoría de la nación como de la existencia de numerosas y pequeñas libertades individuales para todos; y personas sabedoras de que las subvenciones sólo producen grupos de interés y de presión improductivos para la sociedad y al servicio del poder de turno.
Ante semejante panorama, el reto que se plantea a la familia en España es mayúsculo pues constituye la única institución social que puede lograr que cada vez haya más personas como las referidas, en definitiva, personas más libres. No obstante, para que dichas personas lleguen a constituir una parte representativa de la sociedad es indispensable, a su vez, la existencia de una educación y de unos medios de comunicación más libres. Toda reforma legal, institucional y/o constitucional que pretenda verdaderamente mejorar nuestra sociedad debería dirigirse a proteger a la familia y a otorgar una mayor libertad a las instituciones referidas.
Fuente: Fundación Burke.
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