El ministro de Educación, está dispuesto a transformar un sistema educativo que fomenta la mediocridad por otro que potencie a los alumnos brillantes. «La excelencia no es para todos», dice.
ALBERTO FERRERAS
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FERNANDO BELZUNCE / MADRID
Día 12/02/2012
Apenas
lleva seis semanas en el cargo y José Ignacio Wert (Madrid, 1950) ya ha
conseguido infinidad de titulares para un ministerio que, por dimensión
y calado, se adivina animado y convulso. Los últimos, por el cambio de
temario en las oposiciones al profesorado: «Lo que no tenía sentido era
el anterior, aprobado a falta de dos días para las elecciones»,
defiende. Otros, relacionados con la sustitución de la asignatura
Educación para la Ciudadanía, la supresión de cuarto de la ESO o la
anunciada Ley de Mecenazgo.
—Se suprime cuarto de la ESO y el bachillerato y la FP
aumentan de dos a tres años. ¿La medida reducirá la tasa de abandono
escolar?
—Es el gran objetivo. El último año de la ESO es ahora
muy desmotivador, sin itinerarios. Es donde se concentra una tasa mayor
de repetición y la decisión de no continuar los estudios. Existe una
tasa menor de abandono escolar temprano cuanto antes se permite la
elección de itinerario. En Alemania se produce a los 12 años. La ESO se
mantiene técnicamente igual porque la educación obligatoria se mantiene
hasta los 16 años. Ese curso de iniciación a la FP o al bachiller
equivale a cuarto de la ESO, solo que con mayor diversificación
curricular.
—¿No hay riesgo de que los alumnos que pasen a FP lo hagan con carencias formativas?
—No. También para la opción de FP hay un cierto contenido teórico general. Más reducido, lógicamente.
—Hay una gran preocupación en los centros concertados, sin bachillerato o FP, a los que la medida les va a afectar.
—Habrá que adaptarlos. Los cambios en la arquitectura
de un sistema educativo requieren de ciertas adaptaciones. Lo que no se
puede considerar es que esto sea un trauma insuperable. Con esta
filosofía, para no crear traumas, pues nada, seguimos con este sistema
espléndido que tan espléndidos resultados da que un tercio de los
alumnos no sigue en él.
—Es normal la incertidumbre.
—Lo
entiendo. Les vamos a ayudar. Al menos con la filosofía adecuada porque
nosotros no tenemos la gestión, que es de las autonomías. Se va a tener
en cuenta que el coste de la transformación sea el mínimo y se van a
dar todas las facilidades.
—Los centros subvencionados reclaman un cambio en la financiación. ¿Cómo se va a abordar?
—Esto ha estado muy discutido por parte del anterior
Gobierno con el sector. Tanto, que los centros concertados pensaban que
se iba a dejar firmado un reglamento y no se ha firmado. Hay una tarea
pendiente que vamos a afrontar sin tardanza. Es una de nuestras
prioridades.
—Hemos dejado de lado la cultura de la evaluación. La
excelencia apenas tenía recompensa simbólica. No se trata solo de no
hacer muchas diferencias para que los niños no incurran en prácticas de
emulación negativa, sino de lo contrario. No puede ser que al empollón
se le considere un «friki».
—No es fácil cambiar eso.
—Probablemente. Ahora, lo que no se puede tolerar es
que el centro educativo sea cómplice admitiendo determinada teoría
pedagógica según la cual recompensar la excelencia crea sentimiento de
frustración al que no la alcanza. Pero no recompensarla crea una
tendencia hacia la mediocridad.
—¿Qué le parece la idea de separar grupos por niveles?
—Bueno, eso ya es una cuestión instrumental. Sí le
puedo decir que estoy de acuerdo en propiciar, no diría tanto una
separación o segregación, sino una consideración potenciadora de la
excelencia que se ha plasmado en algunas iniciativas, como en la
Comunidad de Madrid. Pensar que crear un entorno facilitador de la
excelencia es segregador me parece un disparate.
—¿Se separan grupos o no?
—No digo que no sea exactamente eso. Si se le da valor a
los que obtienen resultados excelentes de los que no ya estás creando
incentivos. La excelencia no es para todos.
—Concrete más ideas para premiar la excelencia.
—Me parece que el sistema de becas, que solo considera el rendimiento económico y no el rendimiento académico es antiexcelente.
—Para medir ese rendimiento reclama pruebas externas. ¿Qué tipo de pruebas?
—No controladas por el centro, objetivas y realmente
aptas para crear referencias más sistemáticas y eficientes de lo que han
sido las pruebas de selectividad. No serían cada año porque sería
carísimo. Hablamos de pruebas censales que afecten a todos los alumnos. Y
con un cierto nivel de agregación nacional. No puede ser que unas
autonomías tengan un nivel de exigencia y otras tengan otro.
—¿Cómo se va a cambiar el criterio de asignación de las becas?
—Merece un análisis. Ahora mismo cualquier peticionario
que cumpla con las condiciones de la convocatoria tiene derecho a beca.
En las universidades basta con que se supere con un aprobado el 80% de
los créditos o el 60% en algunas carreras. Se admite que el nivel de
corte entre el aprobado y el suspenso es suficiente para acreditar el
interés y el talento. Esto tiene que cambiar.
—Los centros reclaman más presupuesto para implantar el estudio en inglés y el contexto económico no acompaña.
—Es
una preocupación legítima. Pasar de estudiar inglés a estudiar en
inglés requiere de medios. Básicamente, que el profesorado no nativo
tenga un conocimiento robusto, y que esto se pueda complementar con
auxiliares de conversación, los «teaching assistants». Es verdad que ahí
hay menos recursos, pero, nunca ha habido tantos recursos gratuitos «on
line». Internet es un facilitador de la enseñanza de idiomas
formidable.
—¿Por qué todos los ministros quieren cambiar los planes de Educación?
—Yo
puedo contestar por mí. Me resulta insoportable un sistema que provoca
un 30% de abandono escolar temprano. Se han multiplicado los recursos en
los últimos años, singularmente el sistema está en retroceso.
—¿Qué novedades habrá el curso que viene?
—No lo puedo concretar.
—Pero entienda que se lo preguntan padres, alumnos, profesores... ¿El sistema de becas?
—Puede estar perfectamente…
—El nuevo contenido de la asignatura Educación para la ciudadanía también si utiliza un decreto.
—Correcto.
También puede estarlo, sí. Para cambiar el contenido basta el decreto,
pero el nombre ya es otra cosa porque requiere una Ley Orgánica. Si hay
otro instrumento para cambiar el nombre se utilizará, pero, bueno, me
parece que hay que buscar la economía legislativa.
—¿Y el cambio de cuarto de la ESO?
—Eso requiere un cambio legislativo y podría llegar a
tiempo pero no estoy en condiciones de asegurarlo. Si fuera por mí
estaría el año que viene, pero todo tiene su ritmo.
—Los rectores piden cambios en la gobernanza de las universidades.
—Creo que no hay tanta rendición de cuentas como
correspondería. Ninguna universidad española se encuentra entre las 150
más potentes del mundo. Es un dato muy preocupante. Hay que impulsar la
internacionalización y la especialización. España no puede tener 79
universidades, y todas excelentes en la enseñanza y en la investigación.
O mediocres en lo uno y en lo otro.
Fuente: ABC.
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