Por Mariano Bailly-Baillière Torres-Pardo.
Cuando el pasado 31 de enero el Ministro de Educación anunció la
sustitución de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, estaba
anunciando de soslayo la victoria de gran parte de la sociedad sobre una
imposición ideológica perpetrada por el gobierno socialista. Una
imposición contra la que se rebelaron asociaciones, políticos,
profesionales, medios e instituciones, pero que generó una contestación
social sin precedentes: el movimiento objetor contra la EpC.
Este movimiento no se articuló en torno a propuestas políticas o
ideológicas. Se trata precisamente de un movimiento social que denuncia
la invasión ideológica de ámbitos de libertad sociales: la escuela, la
familia y la conciencia propia. Es una rebelión de la sociedad civil
contra el Estado. Un Estado que, excediendo sus derechos, pretende
impregnar ideológicamente la vida social e individual de los ciudadanos.
De ahí que, sin otro nexo de unión que la defensa de nuestros ámbitos
de libertad, miles de padres y ciudadanos hemos mantenido desde entonces
una movilización denunciando esta injerencia.
En el movimiento objetor nadie ha preguntado ni exigido adscripción
política o ideológica alguna a quienes engrosaban sus filas. Y es que la
defensa de la libertad de conciencia es un bien prepolítico que a todos
favorece y que todos debiéramos defender con independencia de credos y
opciones políticas. Esa ha sido la amalgama que nos ha mantenido unidos
cuando hemos recibido apoyos institucionales y cuando nos los han ido
retirando por mor de intereses ajenos a nuestra causa. Una independencia
que ha tenido su precio, pues no han sido pocos los intentos de
capitalizar este movimiento ciudadano ni las insidias y divisiones
vertidas en él con el único propósito de su desmembramiento. Pero al
fin, con la cumbre a la vista, damos por bien empleados el trabajo y el
sufrimiento que han abonado esta victoria.
Esta victoria no será completa hasta que verifiquemos en los textos
legales sustitutorios la ausencia de intenciones adoctrinadoras y un
escrupuloso respeto por la libertad de creencias, opiniones y opciones
ideológicas que son patrimonio del ámbito personal y social. Libertad
que configura una diversidad que en nada se opone a la cohesión social. Y
es que esta no ha de lograrse por la imposición del pensamiento único,
sino por el ejercicio de unos valores que deben aprenderse y ejercitarse
en el ámbito familiar, que tiene el derecho y la obligación de
transmitirlos para procurar hacer de los hijos personas completas y,
como tales, ciudadanos ejemplares.
Este movimiento objetor quizá termine pronto, logrados sus objetivos.
Lo que ya no tiene vuelta atrás es el mensaje que los objetores pueden
legar a una sociedad cada vez más alejada del Estado. Y es que la
defensa de las libertades sociales nos corresponde a los ciudadanos, no
solo de modo reactivo ante injerencias estatales, sino proactivo,
limitando las competencias del Estado de modo que su papel revierta en
el de garante de la libertad, la diversidad y la iniciativa personales.
No podemos esperar que la libertad se nos conceda: la libertad hay que
tomársela.
La Gaceta, 07/02/2012
Fuente: Objetores.org.
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