El libro de Alicia Delibes "La Gran Estafa o el secuestro del sentido común en la educación", fue mi puerta de ingreso en el debate sobre la educación española que hemos venido sosteniendo en las 2 últimas legislaturas. Fue, por así decir, el diccionario que me permitió traducir el panorama educativo español, del que se veían sus devastadores efectos, pero no terminaba de identificar las causas, porque la ideología dominante durante 40 años en el mundo de la pedagogía –y en los gobiernos socialistas que la convirtieron en ley– impedía acceder a los hechos y al lenguaje necesario para descifrar ese laberinto. Creo que después de la comparecencia del Ministro de Educación esta tarde puede haber esperanza en que, por fin, el sentido común se abra paso en nuestras escuelas y Universidades.
Lo decía muy bien ayer mi amigo José María Marco en un artículo previo a esta comparecencia, y cuyas sugerencias parece haber oído el ministro. Porque la clave es esa: en la escuela española sobra ideología y falta sentido común. Se preguntaba hace poco un director de instituto, catedrático de Matemáticas: "¿no tienen ustedes la impresión de que sus hijos vienen del colegio hablando excesivamente de reciclaje, de no usar el coche, de la escasez de agua, del cambio climático y la capa de ozono, de la fiesta del otoño o la primavera, de la protección a las rapaces, de lo malo que es fumar, del machismo y de otras tantas cosas, bajo un planteamiento además muy simple?". Es lo mismo que dice Marco: "Así como a estos adultos jóvenes les faltan instrumentos que les permitan pensar por sí mismos, les sobra, en cambio, el adoctrinamiento ideológico". Pues sí. En eso había quedado convertida la escuela española desde la LODE-LOGSE: en pura agit-prop, ayuna de conocimiento.
La finalización del "Spain is different" de la Educación para la Ciudadanía seguramente va a ser lo más mediático y lo que acapare la crítica del status quo, que se va a revolver como quien no quiere soltar su presa. Había sido un órdago a la grande, pero la resistencia civil hizo que descarrilara. Justo es enterrar su cadáver y ponderar el arrojo de tantas personas corrientes que se empeñaron por el bien de sus hijos. Espero también que el ministro dé sepultura no sólo a la diarrea ideológica que la descomponía sino a la desmesura en horas lectivas que salpicaba los tres niveles de la enseñanza.
No ha sido posible –hubiera sido demasiado hermoso– asistir esta tarde al certificado de defunción del sistema en su conjunto. Nuestra debacle actual no se arregla con retoques, como el Bachillerato de tres años, aunque era también una medida imprescindible si no quería seguirse con la perfecta prescindibilidad de nuestras Universidades dado el nivel de analfabetismo funcional con que llegan los estudiantes cuando la gran guardería de la Secundaria los deposita por fin a sus puertas. Es necesario decir de una vez, valientemente, que el emperador de la LOGSE está desnudo y deshacernos de él. Seguir empleando su armazón sólo sirve para retrasar aún más lo inevitable. Mantener obligatoriamente en la escuela hasta los 16 años cuando no se desea hacer nada en ella es un suicidio social.
Habrá que esperar a conocer los nombres de ese grupo de expertos de alto nivel que ha anunciado el ministro: dime de quién te rodeas, y te diré que vas a hacer... Ojalá se rodee, de verdad, de los mejores consejos.
Fuente: Religión en Libertad.
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