Por Darío Pérez Bodeguero, inspector de Educación y miembro de la Junta de Gobierno del Colegio Profesional de la Educación, CDL de Madrid.
Ahora es el momento de la educación. Vivimos una revolución social del aprendizaje y el conocimiento, sin precedente. Las TIC han determinado hábitos y usos diferentes creando un contexto social, tecnológico y cultural desconocido. La escuela se abre al mundo y el mundo entra en la escuela.
Reflexionemos sobre lo siguiente: ¿de verdad, el modelo educativo está en línea con los cambios en el mundo?, ¿sigue siendo el mismo?, ¿todos aprenden lo mismo, el mismo día, los mismos procesos?, ¿se aplica la necesaria personalización del aprendizaje?
El modelo educativo actual está agotado. La calidad del sistema escolar compromete directamente la capacidad de innovación y la competitividad de España no puede mantener la pérdida de un alto porcentaje de su talento. Y esto viene dado porque nuestros alumnos asumen una nueva identidad: la de nativos digitales que tienen derecho a nuevos entornos de aprendizaje y desean contribuir a su creación.
El debate sobre la educación en nuestro país aún no se ha producido, más allá de los intentos frustrados de unos y otros, que aferrados a planteamientos ideológicos interesados se han planteado de espalda al clamor general de la ciudadanía y de los profesionales de la educación. Un creciente número de educadores reclama la profesionalización de su actividad, un mayor reconocimiento social y un rol distinto en las aulas. Y compete a la sociedad entera participar y comprometerse con este debate para exigirle mejores resultados al Sistema, a través de sus agentes sociales, administraciones públicas, centros, familia, alumnado, empresas, como responsables de la transformación del modelo actual. Tenemos el derecho a participar y contribuir a las reformas que emprenden las diferentes Administraciones Educativas, reformas que han de ser coordinadas desde un marco común que evite “cantones educativos”.
Nuestro sistema educativo no fue diseñado para alumnos de hoy. El objeto de la Educación, en el Siglo XXI, ha cambiado. El aprendizaje desborda hoy los límites de las aulas y se produce en cualquier lugar, en cualquier momento y a lo largo de toda la vida, lo que nos obliga a cambiar. ¿Tenemos miedo al cambio en educación?, el miedo nos paraliza y si es así estamos abocados al empobrecimiento y al fracaso, entendiendo que el fracaso en educación lleva al aletargamiento de un país con el consiguiente empobrecimiento. Si el nuevo mundo se nos acerca rápidamente, hemos de ser valientes para cambiar y hacer frente al miedo con la suficiente valentía para alentar y afrontar los cambios.
Cambiemos la metodología, el alumnado no se alimenta solamente de contenidos, la escuela actual adquiere sentido si genera conocimiento. El alumno no rechaza los conocimientos sino las formas en que se presentan. Los libros de texto son los mismos para todos, no valen, pero utilizados como material de trabajo adquieren sentido como tantos otros libros. Hasta los profesores cuestionan, a veces, el currículo escolar por considerarlo puramente legislativo e impuesto. Y esto viene a colación porque el alumnado sabe y ha aprendido que todos los contenidos los tiene en la red, lo que obliga al profesorado a cambiar la línea de trabajo basándola en elaborar materiales didácticos que posibiliten la participación de toda la comunidad educativa, no solamente desde la escuela. La educación no es monopolio de los centros docentes y los demás agentes tienen la responsabilidad de colaborar en la educación, especialmente la familia como primera educadora de sus hijos y a quien el propio centro debe exigir responsabilidades, con el apoyo de los órganos administrativos, cuando ésta se inhibe de sus funciones.
Protagonismo de los centros
Todo esto requiere amplio margen de autonomía por parte de los centros y saber ejercerla, para poder asumir las nuevas y cambiantes responsabilidades. Definir qué queremos que suceda en las aulas y técnicas a utilizar es tarea del centro educativo, no podemos esperar que otros decidan los planteamientos y finalidades educativas del centro, porque el centro es el protagonista, ya no depende, como en épocas anteriores, de la abnegación individual de personas excepcionales que actuaban en unidades autosuficientes. Hoy, nos encontrarnos con una comunidad educativa, que es a quien corresponde plantear los principios que guían la práctica docente. y no a los profesores individualmente. Son los centros los que pueden hacer que la educación funcione o no, actuando de forma autónoma, los sistemas educativos no enseñan, se limitan a posibilitar a los centros condiciones que les permitan hacer su tarea.
La administración no puede atender las realidades particulares “in situ”, es el centro educativo la unidad que más cerca está de los problemas y de las soluciones, cada problema es diferente y requiere soluciones diferentes, la uniformización sería contraria al principio de diversidad. La idea de aproximar la toma de decisiones a las personas que disponen de una información más ajustada o más cercana a las necesidades de cada entorno es algo que se defiende no sólo en el ámbito educativo, sino como un principio de carácter general.
La autonomía es una finalidad educativa. La educación tiene entre otros objetivos proporcionar a los alumnos y alumnas capacidad para que sepan desenvolverse de forma autónoma y este objetivo sólo es posible si los centros educativos y sus profesores pueden ejercerla. La educación ha de conducir a la autonomía, a la creación de condiciones que permitan al otro “hacerse obra de sí mismo”.
La autonomía, solución para la mejora de los resultados educativos. Cada centro es responsable de sus resultados y de la adecuada utilización de los medios y recursos de que dispone, y de ellos dará cuenta a la comunidad educativa y a la sociedad.
A mayor autonomía más posibilidades de acertar en las decisiones, mayor nivel de implicación y responsabilidad en los procesos. Pero la autonomía conlleva responsabilidad y mecanismos de control, evaluar que la autonomía se está ejerciendo de acuerdo con los principios educativos programados y con los resultados deseados. Si no hay evaluación ni se diagnostica, ni se distingue, ni se aprende, ni podemos saber dónde está el problema, en qué centros están los bajos rendimientos.
El centro educativo representa el verdadero pacto por la educación del alumnado que escolariza cuando los distintos sectores educativos en el ejercicio de su autonomía determinan los principios que van a guiar la práctica docente, basada en la educación de la personalidad, el conjunto de hábitos intelectuales, afectivos y operativos que facilitan la elaboración de proyectos vitales personales.
Todo ello, sin olvidar que la normativa no se puede ignorar, sí conocerla y adecuarla a cada realidad escolar mediante estrategias autónomas. Normativizar en exceso convierte al centro en algo monolítico, pero la máxima autonomía haría peligrar la unidad de actuación de los centros, del propio sistema educativo y la consecución de los objetivos. La propuesta estaría en el equilibrio entre la normativa establecida y la autonomía que dé coherencia a la actuación de órganos y personas, aprovechando las iniciativas y soluciones que aportan.
Para finalizar, pensemos que la tarea de educar adquiere sentido y trascendencia si lo que realizamos día a día tiene sentido de futuro.
Fuente: Comunidad Escolar.
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