martes, 7 de junio de 2011

El plan educativo de Rajoy, ¿una tirita o un bisturí para un tumor?

Por Pascual Tamburri.
  
Cuando se habla de educación en España es costumbre, en los últimos tiempos, hablar mal de José Luis Rodríguez Zapatero y de sus ministros, y de la herencia que van a dejar en las aulas. Pero es bastante injusto quedarse en eso: no sólo tenemos ante las pizarras las consecuencias del zapaterismo. Zapatero y los suyos han llevado a sus últimos extremos en algunos puntos ideas, metas y principios que están presentes en la legislación y en los ideólogos de la enseñanza hace muchas décadas. Ideas en gran medida ligadas al socialismo, y como tales denunciadas desde siempre por el PP; pero sólo en parte y embrionariamente desmontadas entre 1996 y 2004.
 
El plan de mínimos de Rajoy
 
Mariano Rajoy ha hecho público ya antes de su última Junta Directiva Nacional un bloque de medidas educativas que el PP considera urgentes y que aplicará desde el poder. No sólo el poder central cuando gane las elecciones generales y forme Gobierno, sino en lo posible y desde ahora el poder autonómico allí donde lo tiene el PP. Asunto importante porque estas competencias, excepto en las normas centrales, están completamente transferidas.
 
Rajoy quiere el reconocimiento del profesor como autoridad pública. Considera necesarias tanto las evaluaciones externas como concretamente el establecimiento de pruebas de nivel de carácter general al final de cada etapa educativa. Para las familias, desea la libertad de elección de centro educativo, incluyendo la aparición de centros bilingües. Desea cambiar los criterios con los que se conceden las ayudas públicas. Y a la vez buscará un calendario unitario de pruebas de acceso a la Universidad y la coordinación académica a todos los niveles entre las Universidades. Es evidente que la izquierda en general y el PSOE en particular se van a oponer a esto: no porque crean que lo existente funciona, sino porque, acertadamente, ven que las medidas de Rajoy señalan a la vez los grandes tumores del sistema actual y los puntos desde los que la izquierda ha impuesto a través de la educación su modelo social y cultural.
 
Lo que el PP señala
 
Autoridad pública o no, es cierto y verdad que hace falta orden en todo el sistema educativo. Porque la mal entendida autonomía de los centros y la carnavalización de su vida interna han derivado en el desorden. Ahora bien, señalado el problema su solución puede ser mucho más extensa (y algo esbozó el PP en su anterior etapa). Pueden aparecer nuevos cuerpos docentes y gestores, cualificados por su acceso y jerarquizados en sus funciones, como los hay en muchos países. Pueden reordenarse los órganos y puestos de los centros educativos. Y puede darse un contenido efectivo a las normas internas. Todo eso después de volver a un sistema de selección de docentes que garantice la calidad, no lo que hemos visto durante el zapaterismo y padeceremos en décadas por venir.
 
Calidad. Pueden realizarse, es verdad, evaluaciones con verdadero contenido. Y será aún mejor que sean obligatorias, y universales para todos los alumnos (y quizá también para los docentes: quizá sea popular y permita reducir gastos volver a evaluar conocimientos, ¿no?). Justamente, será necesario que se sepan cuáles han de ser los contenidos nacionales únicos de esas evaluaciones, y por la misma razón habrán de ser nacionales las evaluaciones mismas, que garantizarán que todos los alumnos tengan acceso a la misma educación y que ésta sea evaluada por tribunales externos y cualificados. Igualmente, qué mejor que basar en esas evaluaciones objetivas el acceso a superiores niveles educativos, la adquisición de títulos y las calificaciones de los mismos. Educación de calidad para todos, y para cada uno al nivel que pueda.
 
Libre elección. En un país de libertades y con una enseñanza de calidad, es indispensable que aparezcan nuevos modelos educativos, respetando los patrones nacionales comunes. Y esos modelos, incluyendo los lingüísticos, deben ser elegidos por las familias y proporcionados por las instituciones con arreglo a las capacidades, y atenderán la diversidad de todo tipo (porque demostrado está que la uniformidad sólo iguala en ignorancia y en apatía) .
 
Subsidiariedad. ¿Ayudas públicas, más o mejores? Aquí, en todo lo relativo a la financiación, van a darse los mayores choques a poco que el PP pretenda solucionar las cosas. Para empezar, España es un país que ha gastado lo que no tiene, se ha permitido lujos que hay que pagar ahora. Ni las becas, ni las ayudas, ni el gasto educativo en general podrán tener ni el volumen ni la forma que han adquirido. Pero hay muchos tabúes latentes: por qué es más justa una beca a alguien más capaz que a alguien solamente con menos ingresos; por qué una menor ratio (y un mayor número de docentes) no ha significado más calidad, se mida ésta como se mida; por qué más centros (creados a veces con criterio populista, o pueblerino) no han creado españoles mejor formados, excepto estadísticamente; y así sucesivamente (hasta llegar a poder nombrar el cheque escolar).
 
Excelencia. Y por lo mismo, ¿la mejora de nuestra calidad universitaria ha sido proporcional a la multiplicación de Universidades, de funcionarios, de alumnos y de presupuestos? Habrá mejorado, qué duda cabe, pero ¿no se puede hacer de otro modo, sin que nos atornillemos la boina en vez del birrete y pidamos a la vez un centro universitario en Milagro y otra Facultad de Medicina en Pamplona? Rebasamos ya las siete decenas de Universidades pero ¿significa ser universitario lo que el país necesitaba que significase, algo diez veces mejor que antes de empezar esto? No estoy muy seguro, con más de un 10% de graduados en paro, quizás otros tantos pensando en emigrar y sobre todo en torno a un 40% subempleados o desclasados.
 
El tipo humano que no podemos permitirnos
 
Enrique de Diego, en su Historia clara de la España reciente, ha hecho un retrato del español que quiso fabricar la LOGSE y del que se ha beneficiado hasta ahora el PSOE: "El ignorante ilustrado era suficientemente pacifista, convenientemente ecologista, básicamente feminista, estéticamente antinorteamericano, furibundamente antimilitarista y exhibía una vaporosa conciencia social que le permitía tenerse por solidario, sin ninguno de los componentes de exigencia de las éticas tradicionales. Ese conjunto de ideas insustanciales, que normalmente se movían en un nivel de intensa emotividad refractaria a la racionalidad, funcionaban… como sólidos y arterioescleróticos implantes mentales, que provocaban respuestas inmediatas en forma de opiniones coincidentes con las consignas marcadas por el partido socialista".
 
Desgraciadamente las consecuencias del desastre educativo al que se enfrenta el PP no son sólo ni esencialmente las políticas que señala De Diego. Con unos retoques breves y superficiales se corregirán algunas de las consecuencias más sangrantes, evidentes y urgentes, y se encauzarán quizás las elecciones. Pero Rajoy y el PP en la próxima Conferencia Programática tienen la oportunidad de curar a fondo las heridas que con acierto señalan. No bastan tiritas.
  

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