Por Padre Objetor.
Una de las medidas que el gobierno ha establecido a través de la inclusión de Educación para la Ciudadanía y de la Ley del Aborto es la obligatoriedad de impartir, desde los centros educativos, una educación sexual que pretendidamente prevenga el aborto, las enfermedades de transmisión sexual, etc.
Obviamente, el enfoque de esta educación sexual, encomendado en muchos casos a colectivos LGTB y feministas radicales, lejos de formar, se limitan a facilitar una ‘información de uso seguro’ de la sexualidad que revierte en una trivialización de la dimensión sexual y en un incremento de las relaciones sexuales y ‘comportamientos de riesgo’.
Ante esta nueva imposición estatal que vuelve a inmiscuirse en los derechos y deberes familiares de los padres para con sus hijos, muchos han puesto el grito en el cielo. Pero no pocos de ellos han caído en la trampa de ofrecer educación sexual escolar ‘alternativa’: puestos a impartir en las aulas educación sexual, hagámoslo según el ideario del colegio.
Como sucedió con el caso de la Educación para la Ciudadanía, estas organizaciones, asociaciones, federaciones y foros han pasado por alto –por falta de perspicacia o por acomodamiento a las reglas que rigen los conciertos económicos– que la gravedad de esta imposición no está tanto en los contenidos como en el hecho de que se sustraiga la educación sexual del ámbito familiar para tratarla en las aulas.
Ante la imposición de la educación sexual escolar, la postura coherente de padres y centros debiera ser su rechazo, y no emplear el reiterado ‘no hay mal que por bien no venga‘ para establecer en los centros una educación sexual ‘acorde con su ideario‘. Resulta así una escalada de adoctrinamiento de uno y otro signo en perjuicio de los derechos paternos y, sobre todo, de los alumnos.
Entre esta confusión generalizada ha llegado a mi correo un breve documento que ha llamado mi atención ya desde su descripción en el cuerpo del correo:
Trata sobre el enfoque católico que puede darse al importante tema de la educación sexual, pero NO EN LAS AULAS, sino en familia. (SIC)
Cuando se pone el dedo en la llaga –la educación sexual debe ser individual y en el seno de la familia– se podrá estar más o menos de acuerdo con el enfoque y orientaciones que sus autores, la Asociación para la Defensa de los Valores Católicos en la Enseñanza (ADVCE), ofrecen en este breve documento. Lo que es innegable es su acierto al reivindicar el ámbito familiar como lugar natural de la educación sexual:
11. La educación afectivo-sexual y la escuela
Una de las recomendaciones más importantes es que cuando los padres eduquen a sus hijos en este tema sean claros, que hablen sin vergüenza. A la hija, hablarle de que va a tener la menstruación, en qué consiste, decirle que esa minifalda que considera inocentepuede causar en los chicos un deseo sexual; al hijo, que va a tener o ha tenido eyaculaciones nocturnas involuntarias, a qué se deben y qué cambios se están produciendo en él.
Son los padres quienes mejor conocen a sus hijos. Saben por qué circunstancias están pasando, y son los que pueden decidir el momento más oportuno: en verano, durante el curso, a los 13 años, a los 9, etc. Son los padres quienes conocen cuándo sus hijos tienen la formación intelectual suficiente para comprender la responsabilidad que supone mantener relaciones sexuales, y de sus posibles consecuencias.
La escuela no conoce la vida íntima del alumnado, no puede entrometerse en un aspecto tan importante de la persona indiscriminadamente, en el momento en que decida la autoridad académica.
La legislación señala que la educación sexual impartida en los centros escolares es una educación fundada en la ideología de género, que fomenta y promueve la homosexualidad frente a la heterosexualidad, la búsqueda exclusiva del placer individual en las relaciones sexuales o del autoestímulo sexual, la frivolidad sexual, y que obvia cualquier otro elemento trascendente, religioso o moral, y de entrega a la persona con quién se comparte.
La educación sexual no debe impartirse a grupos de alumnos, es una cuestión que debe reservarse a la conversación en la intimidad entre padres e hijos o entre educadores elegidos por los padres y los niños. Por todo lo expuesto, propugnamos la eliminación de esos contenidos de los diseños curriculares-académicos.
Generalizar su impartición a todos los cursos es una auténtica barbaridad irresponsable, ya que sólo puede provocar que siga aumentando el número de abortos entre jóvenes, tal y como han venido demostrando las estadísticas del último curso.
ADVCE: Educación afectivo-sexual. Guión para un enfoque católico, pp. 4-5.
Bienvenidas sean estas orientaciones porque, a mi juicio, el mayor servicio que hacen es devolver la educación sexual a su ámbito natural situando la cuestión en sus justos términos. No se trata de qué se enseña, sino de quién debe enseñar.
A partir de este principio, serán los padres quienes tendrán el deber de formarse para ser competentes en este deber, pero trasladarlo a los centros no resuelve el problema, sino que incrementa la dejación de derechos paternos o su usurpación por la administración y muchos centros que, en el fondo –a los hechos me remito–, desconfían de la capacidad educadora de sus propios padres.
Descargarse el documento ADVCE: Educación afectivo-sexual. Guión para un enfoque católico.
Fuente: Diario de un Padre Objetor.
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