sábado, 17 de diciembre de 2011

Desconfianza

Editorial de Padres y Colegios (diciembre de 2011).
  
Probablemente la madre de todas la crisis es la crisis de confianza de la que oímos hablar casi a diario. Afecta a todos los órdenes de la sociedad pero de forma muy notable a la Educación.
 
Pareciera como si nuestros hijos confiaran menos en quienes deberíamos ser su referencia. Pienso que vale la pena buscar la raíz de esta falta de confianza más allá de invitaciones naif al optimismo. ¿Por qué han perdido la confianza o por qué confían menos? La respuesta, por dura que parezca, es clara: hemos dejado de ser dignos de su confianza o lo somos menos. Pasado el disgusto inicial, se nos proponen dos soluciones.
 
En primer lugar, credibilidad, autenticidad. La Educación es de las pocas actividades humanas en las que no cabe la impostura, la trampa. Se puede ser un lúcido periodista y un impostor, se puede ser un exitoso político y un trilero... Pero no se puede educar desde la incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Leía hace unos días un ‘tuit’ que recogía una cita de Einstein: “El ejemplo no es el mejor camino para influir en los demás, es el único camino”. Los hermosos discursos convencen, persuaden, enseñan, instruyen... pero no educan. Ningún profesor de ética o de religión, ningún psicólogo u orientador va a hacer nuestro trabajo como educadores.
 
En segundo lugar, confiar en nuestros hijos. Es como un bumerán: confiarán en nosotros si confiamos en ellos. No estratégicamente, sino porque todos –en clave Los miserables– merecemos que confíen en nosotros. Termino con las palabras de Goethe que me inspiraron estas líneas: “Si tratas a un hombre tal y como es, seguirá siendo aquello que es; trátale como puede y debe ser y conseguirá ser aquello que puede y debe ser”.
  

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