Por Agustín Domingo Moratalla.
El inicio de curso está siendo agitado. No me refiero a
la reforma constitucional y la precampaña, sino a la vuelta al cole de
nuestros maestros. Aunque la agitación vaya por barrios autonómicos, las
convocatorias de asambleas informativas que realizan los sindicatos
desbordan todas las previsiones. Pocas veces el horizonte profesional de
profesores y maestros había sido tan incierto como el que estrenamos
esta temporada.
Aunque la incertidumbre es mayor en autonomías donde las
instrucciones exigían reajuste en la gestión de horarios, los servicios
educativos de todas las autonomías están revueltos. Una de las formas
más visibles de realizar el tijeretazo es suprimir el margen con el que
se gestionaban las horas obligatorias para incrementar la dedicación de
los profesores funcionarios y disminuir así las necesidades de interinos
sindicalizados. La medida se ha presentado de una forma razonable
porque la horquilla de horas 'de pizarra' se ha reducido, de organizar
el curso entre 18-21 se ha pasado a organizarlo entre 20-21.
Las autonomías que han realizado estos cambios se han
apresurado a contabilizar los miles de millones que se ahorrarán con
esta medida, con la reducción del número de liberados sindicales y con
la optimización del gasto corriente. Mientras tanto, el Ministerio de
Educación no sabe qué decir o qué hacer porque los planes para maquillar
el fracaso, implantar las reformas pendientes y desarrollar programas
innovadores están en dique seco. Al tijeretazo de las cuentas
autonómicas se suma la precariedad ministerial.
Aunque los sindicatos promuevan la rebelión, es
previsible que sus propuestas de movilización fracasen. No sólo por
razones de naturaleza política o electoral sino por razones de
naturaleza generacional, pedagógica y cultural. Han instrumentalizado,
encallecido y envejecido a los docentes de tal forma que han dejado sin
savia nueva las plantillas. Han conseguido que los mejores licenciados,
especialistas y estudiantes no puedan ser maestros. Durante los últimos
años se han ensímismado y han olvidado la regeneración biológica de las
plantillas, han vivido de espaldas a una pedagogía de la virtud, una
cultura de la excelencia y una ética de la ilusión. Ahora llegan tarde y
la opinión pública no está de su parte. Lo lamentable de la situación
es la imagen de unos responsables educativos que en lugar de rendir
cuentas y pedir perdón aplican la máxima de «hacer más con menos»,
olvidando la importante: «hacerlo bien y mejor».
Fuente: Las Provincias..
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