Por José Ignacio Wert.
22 Enero 12
Cuando, hace ahora ya un mes, tomé posesión del cargo de Ministro de Educación, Cultura y Deporte, sostuve que una de las primeras tareas a afrontar sería de la de buscar las sinergias posibles entre las tres áreas de que se ocuparía el nuevo Departamento. Me refería a sinergias de todo tipo, desde las sustantivas (educación cultural, deporte en la escuela…) a las organizativas. En estas últimas, ya hemos tenido un avance sustancial: hemos adelgazado la estructura administrativa, eliminando por encima del 20% de los altos cargos que existían en la estructura anterior.
Pero eso es sólo una pequeñísima parte de lo que queremos conseguir. Tenemos ante nosotros una tarea ingente en los tres campos: mejorar radicalmente la educación, crear el mejor marco posible para el desarrollo de la cultura, y acompañar el éxito del deporte español, buscando que se mantenga en el tiempo.
En las próximas semanas, vamos a iniciar, de manera decidida, el camino de las reformas. Tendré en pocos días la oportunidad de referirme in extenso a ellas en las comparecencias ante las respectivas Comisiones del Congreso y el Senado y, como es natural, la más elemental cortesía y el sentido común político exigen que sea en sede parlamentaria donde se presente el calendario preciso de actuaciones. Aquellas de mayor urgencia, como el desarrollo de las previsiones legales en materia de protección de la propiedad intelectual o la supresión del canon digital, se adoptaron en los primeros días del Gobierno. Quedan cosas muy importantes por hacer en los tres campos y a ellas nos vamos a dedicar sin perder un minuto. No queremos improvisar, ni lo vamos a hacer. Pero tampoco vamos a dejar que las cosas se arreglen solas.
En especial, en el campo de la educación donde somos conscientes de que las cosas llevan su tiempo. Es muy conocida la anécdota que cuenta André Maurois en su libro sobre el mariscal francés Hubert Louis Lyautey, «el pacificador de Marruecos», que paseaba un día con el escritor por un bosque de cedros gigantescos, en el que una tormenta había abatido algunos de los más viejos. El mariscal llamó al guarda del bosque para indicarle que era preciso plantar nuevos cedros en la zona arrasada y el forestal le contestó que se necesitarían dos mil años para que en aquella tierra los cedros alcanzaran la altura de los que los rodeaban. Entonces Lyautey respondió «¿Dos mil años? Bien, entonces tendréis que empezar ahora mismo».
Cuando, hace ahora ya un mes, tomé posesión del cargo de Ministro de Educación, Cultura y Deporte, sostuve que una de las primeras tareas a afrontar sería de la de buscar las sinergias posibles entre las tres áreas de que se ocuparía el nuevo Departamento. Me refería a sinergias de todo tipo, desde las sustantivas (educación cultural, deporte en la escuela…) a las organizativas. En estas últimas, ya hemos tenido un avance sustancial: hemos adelgazado la estructura administrativa, eliminando por encima del 20% de los altos cargos que existían en la estructura anterior.
Pero eso es sólo una pequeñísima parte de lo que queremos conseguir. Tenemos ante nosotros una tarea ingente en los tres campos: mejorar radicalmente la educación, crear el mejor marco posible para el desarrollo de la cultura, y acompañar el éxito del deporte español, buscando que se mantenga en el tiempo.
En las próximas semanas, vamos a iniciar, de manera decidida, el camino de las reformas. Tendré en pocos días la oportunidad de referirme in extenso a ellas en las comparecencias ante las respectivas Comisiones del Congreso y el Senado y, como es natural, la más elemental cortesía y el sentido común político exigen que sea en sede parlamentaria donde se presente el calendario preciso de actuaciones. Aquellas de mayor urgencia, como el desarrollo de las previsiones legales en materia de protección de la propiedad intelectual o la supresión del canon digital, se adoptaron en los primeros días del Gobierno. Quedan cosas muy importantes por hacer en los tres campos y a ellas nos vamos a dedicar sin perder un minuto. No queremos improvisar, ni lo vamos a hacer. Pero tampoco vamos a dejar que las cosas se arreglen solas.
En especial, en el campo de la educación donde somos conscientes de que las cosas llevan su tiempo. Es muy conocida la anécdota que cuenta André Maurois en su libro sobre el mariscal francés Hubert Louis Lyautey, «el pacificador de Marruecos», que paseaba un día con el escritor por un bosque de cedros gigantescos, en el que una tormenta había abatido algunos de los más viejos. El mariscal llamó al guarda del bosque para indicarle que era preciso plantar nuevos cedros en la zona arrasada y el forestal le contestó que se necesitarían dos mil años para que en aquella tierra los cedros alcanzaran la altura de los que los rodeaban. Entonces Lyautey respondió «¿Dos mil años? Bien, entonces tendréis que empezar ahora mismo».
Los frutos de la educación no tardan tanto en manifestarse, pero la
urgencia por empezar no es menor. Un sistema que en este momento
registra una tasa de abandono escolar temprano superior al doble de la
de los países de nuestro entorno y casi tres veces superior al objetivo
de la Unión Europea no tolera la demora en su reforma. Un sistema en el
que la proporción de alumnos excelentes está en la mitad de la de los
países de esa Unión tampoco permite esperar. Un sistema en el que el
aumento de los recursos ha llevado a la disminución de los resultados es
uno que requiere una profunda –y urgente– reflexión.
Tenemos que pensar –sin prejuicios y sin tabúes– qué es lo que hemos extraviado en el camino: los valores, los incentivos, la organización, o un poco de todo para que, después de haber realizado un ingente esfuerzo en la universalización de la educación y la extensión a los 16 años de su fase obligatoria, nos encontremos con que la extensión cuantitativa no ha llevado a la mejora cualitativa. Y, con un diagnóstico claro, una terapia adecuada. No se trata de reformar por reformar, sino de reformar para mejorar. Idealmente, con el acuerdo de todos; mejor, con el acuerdo de cuantos quieran; en todo caso, con la convicción de quien abandera esa reforma.
También tenemos cosas importantes que hacer en Cultura, especialmente centradas en el mecenazgo, clave de bóveda legislativa de una concepción destinada a superar la cultura de la subvención que no resulta sostenible en estas épocas de extrema tensión financiera, y también en la revisión de la legislación de propiedad intelectual para que el tránsito digital de las industrias culturales no se produzca a expensas de los creadores y, en última instancia, comprometa el futuro de la creación cultural.
Y, por supuesto, en el campo del deporte, el más «agradecido» de los tres, tenemos que seguir trabajando para que siga siendo uno de los aportes positivos a nuestra imagen de país, a nuestra Marca España. Para ello, hemos de mejorar el marco regulatorio en varios aspectos, empezando por el de la legislación contra el dopaje.
Trabajo no nos falta. Ganas, aún menos. La suerte y el acierto, los buscaremos.
Tenemos que pensar –sin prejuicios y sin tabúes– qué es lo que hemos extraviado en el camino: los valores, los incentivos, la organización, o un poco de todo para que, después de haber realizado un ingente esfuerzo en la universalización de la educación y la extensión a los 16 años de su fase obligatoria, nos encontremos con que la extensión cuantitativa no ha llevado a la mejora cualitativa. Y, con un diagnóstico claro, una terapia adecuada. No se trata de reformar por reformar, sino de reformar para mejorar. Idealmente, con el acuerdo de todos; mejor, con el acuerdo de cuantos quieran; en todo caso, con la convicción de quien abandera esa reforma.
También tenemos cosas importantes que hacer en Cultura, especialmente centradas en el mecenazgo, clave de bóveda legislativa de una concepción destinada a superar la cultura de la subvención que no resulta sostenible en estas épocas de extrema tensión financiera, y también en la revisión de la legislación de propiedad intelectual para que el tránsito digital de las industrias culturales no se produzca a expensas de los creadores y, en última instancia, comprometa el futuro de la creación cultural.
Y, por supuesto, en el campo del deporte, el más «agradecido» de los tres, tenemos que seguir trabajando para que siga siendo uno de los aportes positivos a nuestra imagen de país, a nuestra Marca España. Para ello, hemos de mejorar el marco regulatorio en varios aspectos, empezando por el de la legislación contra el dopaje.
Trabajo no nos falta. Ganas, aún menos. La suerte y el acierto, los buscaremos.
José Ignacio Wert
Ministro de Educación, Cultura y Deporte
Ministro de Educación, Cultura y Deporte
Fuente: La Razón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se agradecen los comentarios