Javier Orrico, doctor en Filosofía,
analiza para LA GACETA junto a otros catedráticos y profesores la
educación de ayer y la de hoy. “Se perdió el espíritu de lucha”.
29 ENE 2012
| P. L. Cuntín y C. Herrera.
El ministro de Educación, José Ignacio Wert, presentó
el pasado jueves a los consejeros autonómicos la principal propuesta del
Gobierno popular para mejorar las bases del sistema educativo español:
ampliar a tres años el Bachillerato eliminando el último curso de la ESO.
El objetivo de la reforma es que el alumno con 15 años tenga que
decantarse obligatoriamente por continuar estudiando el Bachillerato
para optar a la universidad o elegir como opción alternativa, al menos,
un año de Formación Profesional. La finalidad es evitar que en un mismo
curso concurran buenos estudiantes y alumnos obligados a permanecer en
el centro y asistir a clase hasta que cumplan los 16 años y, en
definitiva, acabar con la alta tasa de abandono escolar de España, que
es de un 30%, la más elevada de toda la UE. En pleno debate sobre las
causas del fracaso del sistema educativo español, LA GACETA
ha hablado con distintas autoridades educativas para averiguar qué
falla ahora y por qué la gente de antes salía más preparada que la de
hoy.
“El fracaso escolar en nuestro país obedece a una sola razón: ya no se estudia. ¿Para qué, si se pasa de curso igual?”. Javier Orrico
fue durante muchos años jefe del Departamento de Orientación en el IES
Ortega y Rubio de Murcia y en la actualidad trabaja como asesor en el
Consejo Escolar de la Región. El catedrático de Lengua y Literatura ha
podido constatar durante muchos años de Logse cómo este sistema “eliminó
de raíz la idea de que para aprender hace falta esfuerzo”. El problema
se remonta a la Educación Primaria, donde “en lugar de enseñar a leer,
escribir y calcular, se desarrolló una nueva pedagogía: el
constructivismo”. Esta consistía en dejar que cada niño aprendiera a su
ritmo. Así fue cómo dejó de existir una línea del saber que había que
alcanzar, “ los niños ya sólo llegaban a donde podían, por lo que
despareció completamente el clima de estudio”, explica.
Rosario C. Garrido, ex profesora de La Coruña,
constata esta realidad y recuerda cómo era la enseñanza cuando ella era
niña, en la década de los sesenta: “En todas las materias, cuando
llegábamos a la mitad del libro, teníamos que aprender una lección nueva
y repasar otra ya estudiada. Cuando terminábamos la materia, volvíamos a
empezar a repasar de dos en dos. O incluso de tres en tres. Incluso
mientras jugábamos a la comba repetíamos al saltar retahílas como los
hijos de Zebedeo, los planetas o los reyes godos”, relata. “Teníamos dos
horas diarias de estudio y durante esas dos horas no existía nada más
que el libro y tú”, recuerda entre risas y nostalgia.
Rosario recuerda que los padres de antaño nunca cuestionaban al
maestro. “La directora del centro, incluso con los estudiosos, decía a
los padres: ‘Va bien pero puede hacer más’. Y esas palabras fueron
decisivas a la hora de imponer mi madre su decisión de que hiciera en un
solo curso 5º de Bachiller y 1º de Magisterio. Sin preguntarme. Podía,
luego debía. Ese era su silogismo. Sin más”, relata Rosario.
Actualmente, el 40,6% de los docentes ha sufrido abuso verbal por parte
de los estudiantes. Pero ya hay un 25% que asegura haberse sentido
intimidado por los padres. En opinión de Orrico, el problema de la
autoridad del profesor no se soluciona con una ley. “El respeto al
maestro volverá cuando vuelva el respeto al saber y a la cultura; cuando
el profesor vuelva a representar eso, volverá la autoridad”.
“Me tiene manía”
El colegio al que acudía Daniel no tenía problemas con los pagos de la
calefacción. “Había una gran estufa y cada niño llevábamos un poco de
leña”, recuerda. De eso hace ya 60 años. Daniel ahora es profesor –de
los de antes– y probablemente uno de los más veteranos de España. Cuando
entró por primera vez en un aula para dar sus primeras lecciones (en
1964) no había ordenadores en los pupitres ni tampoco pizarras
digitales. “Pero toda la clase se puso en pie”, recuerda.
Desde que Daniel comenzara a ejercer ha visto pasar hasta cuatro leyes
distintas que condicionaron su labor diaria. De la Ley General de
Educación, de 1970 –que introdujo la EGB y la enseñanza obligatoria
hasta los 14 años– hasta la actual Ley Orgánica de Educación, de 2006
–con su polémica asignatura Educación para la Ciudadanía–. Cada una de
las reformas ha perseguido el mismo objetivo: rescatar a España de los
últimos puestos de la UE en materia educativa. Una conquista que aún no
se ha alcanzado.
Sin embargo, profesores veteranos, catedráticos y hasta psicólogos
dudan de que el antídoto que necesita el sistema educativo se encuentre
en las leyes.
“La reforma de la antigua Logse inauguró el cambio en
la educación. El hecho de que los niños pudieran pasar de curso con todo
suspendido hizo perder el planteamiento del esfuerzo, el interés y el
estudio”, asegura Daniel, que recuerda cómo en sus tiempo de nada valía
eso de que “el profesor me tiene manía”. Javier Orrico está de acuerdo
con esta idea: “El sistema forma a personas blandas que no tienen
mecanismos para enfrentarse a la vida. A los socialistas se les llena la
boca hablando de la educación en valores y no se dan cuenta de que son
los hijos de la clase obrera precisamente los que han perdido esos
valores de dejarse los cuernos pegados para salir adelante. Se los han
robado. Y cualquier cosa que suponga trabajo les produce aversión”,
explica.
Profesores y expertos coinciden en que la clave está en la disciplina y
el sacrificio, términos muy conocidos en aquellos tiempos de la
reválida, en los que no estudiaba el que quería, sino el que podía. “Si
los chicos supieran que al acabar la ESO se iban a
enfrentar a una reválida y que si no la aprobaban, no tendrían nada,
todo sería distinto. Yo tengo claro que si hubiera estudiado con la
Logse, hoy sería un delincuente” afirma Orrico contundente.
Expertos como Javier Orrico aseguran que el sistema
educativo de España necesita una pala excavadora y un volver a empezar
recuperando algo esencial: que se instruya y forje a las personas para
la vida.
Fuente: La Gaceta.
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