Por Rosario Araneta Merino.
Soy profesora de Secundaria, jubilada después de 50 años de profesión.
He tenido la suerte de que mi trabajo ha sido vocacional y he disfrutado
cada hora que he dedicado a mis alumnos, tanto en el trato individual
como colectivo.
He sido tutora, además de amiga, de muchísimos alumnos que aún me recuerdan con un cariño que me emociona. Igualmente me he ocupado de sus padres, y hemos podido realizar conjuntamente nuestra tarea educativa.
He participado, cuando era necesario, en todas las situaciones escolares que se dan en un centro educativo: comedor, patio, adecuación de lugares, preparación de festividades; he trasladado muchos pupitres, atendido en secretaría... En fin, de todo. Son cosas que me han servido para conocer mejor a mis alumnos y para tratarlos en diferentes situaciones. Cosas tan diferentes me importaban porque formaban parte del todo, que yo entendía por dedicación total a mi vocación profesional y al centro en el que trabajaba.
¡Y además preparábamos las clases y corregíamos los trabajos en casa! ¿Que era cansado? Sí, mucho, pero compensaba (no económicamente). Menos mal que ahora se dispone de muchos más medios que facilitan este trabajo; aunque siempre se necesitará esfuerzo, solidaridad, espíritu de servicio, generosidad. Lo mismo pasa en cualquier otro trabajo, pero éste es más importante que ninguno.
No he sido una heroína. Muchos compañeros compartían –y comparten– esta
experiencia. Por eso, no entiendo el escándalo que ha producido en
algunos profesores –que estoy segura de que lo son de verdad– el cambio
en la distribución de su trabajo.
Se educa en todas las situaciones, y con buena voluntad hay solución para la adaptación a una situación diferente de la del año anterior. Cada curso trae consigo siempre cambios en la distribución de los horarios y de las tareas educativas, que se aceptan con toda naturalidad.
No entiendo lo que pasa. Puede ser fruto de un bajón de ánimo, al empezar el curso, de dejarse arrastrar por personas con otros intereses, de seguir la corriente, de aceptar argumentos que, si se piensan despacio, no se compartirían, etc.
Quisiera decirles que recapaciten y no admitan nada que no sea propio de su ideal educativo, aunque esto les exija un mayor esfuerzo.
Estoy segura de que son muchos los que anteponen a todo el bien de sus alumnos y el del centro educativo del que forman parte, y de que están dispuestos, por el bien de éstos, a sacar partido, con optimismo e ilusión, a las dificultades que las circunstancias les impongan.
Siempre se puede.
Fuente: Alfa y Omega.
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