Por Enrique Sánchez Costa, profesor de Filosofía de la Educación de la UIC.
"Sabemos que los hombres son de tan torcida y perversa naturaleza que se sacarían los ojos unos a los otros si no hubiera frenos para contenerlos".
Con este optimismo desbordado se expresaba el reformador Calvino, concluyendo que el gobierno es "tan necesario para la humanidad como el pan y el agua, la luz y el aire, y mucho más excelente". Frases tan vívidas como las de un Lutero, pero que demuestran una mayor querencia hacia la política. De hecho, Calvino lideraría, desde 1541 hasta el año de su muerte (1564), un gobierno teocrático en Ginebra.
Establecida la Biblia como código legal, un Consistorio de ancianos y pastores detentaba el poder supremo. Se visitaba anualmente las casas para examinar la vida y costumbres de sus miembros, encasillándolos como piadosos, tibios o rebeldes. Se prohibió el alcohol, el juego, el baile o el teatro. Por su parte, la prostitución, la blasfemia o los pecados contra la fe estaban penados con la muerte.
Esta furia disciplinaria se extendió a Inglaterra y, desde allí, hasta la Nueva Inglaterra americana. Los puritanos (el ala más calvinista de la estrenada Iglesia de Inglaterra) se consideraban a sí mismos como santos o devotos ("the godly"). Suprimieron los conventos al tiempo que, paradójicamente, transformaban la sociedad en un gran convento ("holy commonwealth"). La teocracia del Israel bíblico revivía en "el celo de los devotos, que suspiraban por la salvación de sus vecinos" (R. Baxter) y les imponían la "obediencia del evangelio". Los ancianos, como los censores de la antigua Roma, eran los agentes del orden moral. La lucha frente al desorden personal y social conducía a la persecución de mendigos, vagabundos y prostitutas, así como a los perezosos y todo aquél que no tuviera una vida asentada. Los "santos" se controlaban a sí mismos, reconvenían a los demás regenerados e incriminaban a los no devotos.
Como mariposa amanecida del capullo, Zapatero y sus adláteres están desplegando desde hace años un puritanismo de nuevo cuño, con aditamentos del Comité de Salvación Pública francés. Tras renunciar al socialismo doctrinario que le acunó, Zapatero se ha lanzado a los brazos de la ideología de género (gender theory), que trata de implantar en España. Una de sus voceras, la defenestrada Aído, afirmaba sin sonrojo que "un feto de trece semanas es un ser vivo, pero no un ser humano". El relativismo, la apología de la homosexualidad o las relaciones sexuales compulsivas entre adolescentes (desligadas del amor) son los nuevos dogmas que se proclaman desde Educación para la Ciudadanía. Zapatero quiere ahormar la sociedad a su ideología, acallando disidencias. Así, por ejemplo, el recién creado Consejo censor Audiovisual. La persona, como el lenguaje, son para él maleables: "Las palabras han de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras". Retruécano que aclara cómo pudo llegar a pontificar que "debemos tener una visión distinta de lo que es desempleo y empleo. Una persona cuando está formándose está trabajando para un país". El afán intervencionista de este nuevo puritano despunta en la nueva Ley Antitabaco, que considera por sus costumbres como apestados a un 30% de la población. Por contaminar el orden (en este caso, el impuesto por la "diosa salud") se les debe denunciar y delatar –anima Pajín–, perseguir y sacar de bares y madrigueras, como a las zorras.
Fuente: La Opinión de Tenerife.
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