Por Alicia V. Rubio Calle.
No permitas que la realidad te estropee una buena noticia.
Llevo 22 años como profesora de Educación Física (EF). En esta asignatura, la evidencia de que hombres y mujeres no somos iguales se manifiesta en cada hora de clase.
Al principio me parecía un tremendo desatino la coeducación en EF por las diferencias corporales, de gustos, de intereses y de cualidades físicas
que existían entre chicos y chicas y que dificultaban el buen
funcionamiento de la clase. Con el tiempo me he acostumbrado y me sirve
para incentivar a unos y otras a hacer cosas que no les gustan y a
conocer sus diferencias.
A las chicas mayoritariamente no les gustan los deportes que suponen contacto, los balonazos, cansarse en exceso, competir…
a los chicos les encanta. A las chicas les gusta la actividad física
con ritmo y música, la intensidad moderada, la colaboración frente a la
competición y los deportes sin contacto del estilo del vóley, a los
chicos les aburre o llanamente les horroriza.
En un día de mucha saturación de exámenes, los chicos piden, en lugar de clase, jugar un partido, casi siempre de futbol y
las chicas, salvo que las amenaces con un negativo para que hagan
ejercicio físico, se sientan a charlar aprovechando el menor descuido
del profesor. Hablo de aquel 1º de BUP, actual 3º de ESO en el que
todas las chicas son mujeres respecto a su desarrollo y los chicos
comienzan a desarrollar. Y de los cursos posteriores.
Al instaurarse la LOGSE, tuve que dar durante cuatro años a los cursos de 1º y 2º de ESO, 12 y 13 años, donde constaté que las diferencias entre niños y niñas frente al deporte, algo
suavizadas por el placer de la infancia por el juego, se acentuaban
enormemente cuando comenzaba el desarrollo de las chicas.
Me parecía normal según los conocimientos que tenía de antropología y de las bases biológicas de los comportamientos humanos. Nunca me ha preocupado la enorme diferencia que hay en la actitud de hombres y mujeres frente al ejercicio físico porque sé que somos diferentes, tan diferentes como a la naturaleza le ha venido bien moldearnos en aras de sus intereses, que en nada tienen que ver con las creaciones culturales posteriores.
Mi problema comenzó cuando en Madrid se pusieron en marcha los
Campeonatos Escolares de la Comunidad de Madrid, un proyecto educativo
para fomentar el deporte en los adolescentes o impedir que lo
abandonaran al comenzar la adolescencia.
En las reuniones con los profesores de Educación Física de los muchos
centros implicados en el programa, empecé a escuchar las quejas sobre
la baja participación femenina, la dificultad de conseguir sacar
adelante equipos de chicas pese a la «incentivación acentuada» de los
profesores sobre ellas. Mis colegas las acusaban de vagas, comodonas,
pasotas…
Me imaginaba a aquellas adolescentes, muchas de ellas estudiosas y trabajadoras, acusadas de vagas y comodonas por no cumplir los estereotipos de igualdad que la ideología de género
esperaba de ellas, por dejarse llevar por su biología, acusadas de
asumir los roles sociales contra los que se luchaba… en fin, acusadas de
no ser capaces de decidir por ellas mismas. Culpables por no ser como los hombres.
Estaba indignada, pero al momento me di cuenta de que todos esos bienintencionados profesores de Educación Física, que cometían uno de los más crueles actos de discriminación contra la mujer
que se han hecho últimamente al insultarla por no cumplir los
parámetros masculinos en deportes, al despreciarla por ser como es,
mujer ni más ni menos, no tenían ni idea de las bases biológicas del
comportamiento humano. Para ellos, los comportamientos humanos eran
únicamente fruto de la educación, una creación cultural y las chicas actuaban así por causa de los estereotipos y los roles sociales, por
una educación sexista que las obligaba a actuar de forma diferente a
los hombres. Aunque lleváramos 20 años de coeducación, aunque lleváramos
20 años de erradicación de estereotipos sexistas…Para ellos, los roles
sociales, agazapados en oscuras trinchera, salían continuamente a
apoderarse de las mentes femeninas. Sí, agazapados en millones de años
de éxito evolutivo y escondidos en la biología de cada alumna.
La ideología de género les había cerrado los ojos a la evidencia diaria de clase y de verdad creían que hombres y mujeres somos iguales. Y no comprendían por qué la realidad les estropeaba tan estupenda noticia.
Nadie va a discutir, a estas alturas, que somos iguales en derechos y dignidad, pero
negar, en aras de una fabricación artificial de igualdad donde no la
hay, que hombres y mujeres pensamos, sentimos y nos comportamos
diferente, es como defender, contra toda evidencia, que la Tierra es
triangular. Decidí hacer un estudio sobre el tema. Corría el año 2005.
Fuente: Profesionales por la Ética.
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