Por Alicia V. Rubio Calle.
Tratando de buscar argumentos que explicaran un hecho manifiesto,
comencé a leer estudios realizados en España durante los últimos 10 años en los que se analizaba la participación femenina en el deporte-ocio. En
todos se constataban unos valores muy inferiores a los de los varones y
se evidenciaba un aumento destacable en el abandono de la práctica
deportiva de las niñas cuando llegaban a la pubertad.
En todos ellos, pese al esfuerzo social, individual y por parte de
las administraciones por incentivar el deporte femenino, pese al grado
de igualdad (e incluso de discriminación positiva) aplicado a las
mujeres durante varias generaciones, las mujeres continuaban realizando menos ejercicio físico que los hombres.
Los estudios lo achacaban a los roles sociales, los estereotipos
inculcados, e incluso alguno mencionaba que «no es posible pensar que
las diferencias biológicas afecten tanto», considerándolas como algo
mínimo e irrelevante.
También era algo sorprendente que no se valorara como deporte o
actividad física, o se valorara como algo inferior, el aerobic, la
danza, las sevillanas, el ballet…
En algunos estudios se lamentaban incluso de que a las chicas
se les empujara (la sociedad, su familia…) a hacer esas actividades,
cuando eran mucho mejor otras cosas, el fútbol quizá. Partían
de la base de que las adolescentes y mujeres hacían ese tipo de
actividad por obligación, miedo a ser criticadas por hacer cosas de
hombres, o estereotipos inculcados. Nunca por propia iniciativa y gusto.
Otros destacaban, como algo lamentable, que no les gustaran como ocio
las retransmisiones de partidos de fútbol, trasformando las actividades
de ocio femenino en algo inferior a ver una retransmisión deportiva.
Achacaba este desinterés a que no eran mujeres las jugadoras, algo tan
ridículo e indefendible como que a las chicas sólo les interesaran
películas en las que actuarán chicas y viceversa.
Obviar un hecho fundamental como la antropobiología en la explicación
de los comportamientos, produce conclusiones sorprendentes. Y
tremendamente erróneas.
Trabajo en un instituto público del sur de Madrid, feudo de la izquierda hasta hace un año y que se ha implicado a fondo en las políticas de igualdad, la coeducación y el fomento del deporte, en especial el femenino. Mi centro está junto a un polideportivo con pistas de atletismo, una piscina pública y una pista de patinaje. No faltan incentivos ni medios para la práctica deportiva. Como era de esperar, en las encuestas se refleja que mis alumnas son libres, que se les ha educado en la igualdad y dicen elegir lo que quieren, ya sea en juguetes durante la infancia o en deportes. No reciben trato discriminatorio respecto a los varones ni en su casa ni en el centro educativo y afirman de forma mayoritaria que tiene las mismas oportunidades y el mismo apoyo social para practicar deportes que sus compañeros…
Como cosa sorprendente, los pocos varones que se quejan de que no hay igualdad en el trato a hombres y mujeres,
hablan de los baremos diferentes para ambos sexos con los que se evalúa
en Educación Física: Se les ha convencido de que somos tan iguales que
algunos no son capaces de asumir las diferencias y lo ven como una
discriminación positiva más. Muchos de los que afirman que las mujeres
hacen menos ejercicio físico dicen no saber la razón o «que son unas
vagas». La mayoría de las chicas que afirman no hacer deporte, dan como
razones que no les gusta, o la falta de tiempo.
Apenas hay alumnas que afirmen elegir un deporte por ser adecuado a
su sexo, sino que lo hacen por su propio gusto y elección. Y algunas,
cuando responden a las preguntas con contestaciones políticamente
incorrectas, lo hacen a la defensiva del tipo «jugaba con barbies ¿pasa algo? O «hago baile … y qué».
¿Igualdad o timo?
Treinta años después de ser educadas en la igualdad, ¿seguimos sin
ser capaces de elegir lo que nos gusta y practicar lo que queremos?
¿Hay mayor injusticia que imponernos lo que debemos ser, pensar y querer contra nuestra propia biología?
¿Existe discriminación mayor que condenarnos, por ser como somos, a
la presunción de que tenemos una permanente incapacidad intelectual de
elegir?
¿Nos va a hacer más felices ser un trasunto imperfecto de los varones, para ser iguales?
¿Somos iguales realmente, o hay intereses en que todos perdamos nuestras señas de identidad?
Unas cuantas generaciones después de ser educados en la igualdad, mis alumnas siguen haciendo menos ejercicio físico que sus compañeros,
jamás utilizan un recreo para jugar un partido de cualquier deporte,
les gustan otro tipo de actividades físicas injustamente tachadas de
«inferiores» y pese a que las alumnas que practican fútbol son
aplaudidas por todos y en absoluto despreciadas, la mayoría de ellas
sigue evitando el juego con los varones, los encontronazos violentos y
los balonazos.
Sinceramente, creo que en el comportamiento femenino (como en el masculino), en todos los ámbitos y no sólo en el deportivo, hay mucho más componente biológico del que se quiere admitir.
La ideología de género ha llevado el péndulo a su extremo… toca
empujarlo hacia el otro lado, confiando en que, por fin, penda en el
centro.
Fuente: Profesionales por la Ética.
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