jueves, 26 de abril de 2012

El timo de la ideología de género (III): libres y diferentes

Por Alicia V. Rubio Calle.
  
Tratando de buscar argumentos que explicaran  un hecho manifiesto, comencé a leer estudios realizados en España durante los últimos 10 años en los que se analizaba la participación femenina en el deporte-ocio. En todos se constataban unos valores muy inferiores a los de los varones y se evidenciaba un aumento destacable en el abandono de la práctica deportiva de las niñas cuando llegaban a la pubertad.
   
En todos ellos, pese al esfuerzo social, individual y por parte de las administraciones por incentivar el deporte femenino, pese al grado de igualdad (e incluso de discriminación positiva) aplicado a las mujeres durante varias generaciones, las mujeres continuaban realizando menos ejercicio físico que los hombres.
  
Los estudios lo achacaban a los roles sociales, los estereotipos inculcados, e incluso alguno mencionaba que «no es posible pensar que las diferencias biológicas afecten tanto», considerándolas como algo mínimo e irrelevante.
También era algo sorprendente que no se valorara como deporte o actividad física, o se valorara como algo inferior, el aerobic, la danza, las sevillanas, el ballet…
  
En algunos estudios se lamentaban incluso de que a las chicas se les empujara (la sociedad, su familia…) a hacer esas actividades, cuando eran mucho mejor otras cosas, el fútbol quizá. Partían de la base de que las adolescentes y mujeres hacían ese tipo de actividad por obligación, miedo a ser criticadas por hacer cosas de hombres, o estereotipos inculcados. Nunca por propia iniciativa y gusto.
  
Otros destacaban, como algo lamentable, que no les gustaran como ocio las retransmisiones de partidos de fútbol, trasformando las actividades de ocio femenino en algo inferior a ver una retransmisión deportiva. Achacaba este desinterés a que no eran mujeres las jugadoras, algo tan ridículo e indefendible como que a  las chicas sólo les interesaran películas en las que actuarán chicas y viceversa.
  
Obviar un hecho fundamental como la antropobiología en la explicación de los comportamientos, produce conclusiones sorprendentes. Y tremendamente erróneas.
   
Trabajo en un instituto público del sur de Madrid, feudo de la izquierda hasta hace un año y que se ha implicado a fondo en las políticas de igualdad, la coeducación y el fomento del deporte, en especial el femenino. Mi centro está junto a un polideportivo con pistas de atletismo, una piscina pública y una pista de patinaje. No faltan incentivos ni medios para la práctica deportiva. Como era de esperar, en las encuestas se refleja que mis alumnas son libres, que se les ha educado en la igualdad y dicen elegir lo que quieren, ya sea en juguetes durante la infancia o en deportes. No reciben trato discriminatorio respecto a los varones ni en su casa ni en el centro educativo y afirman de forma mayoritaria que tiene las mismas oportunidades y el mismo apoyo social para practicar deportes que sus compañeros…
  
Como cosa sorprendente, los pocos varones que se quejan de que no hay igualdad en el trato a hombres y mujeres, hablan de los baremos diferentes para ambos sexos con los que se evalúa en Educación Física: Se les ha convencido de que somos tan iguales que algunos no son capaces de asumir las diferencias y lo ven como una discriminación positiva más. Muchos de los que afirman que las mujeres hacen menos ejercicio físico dicen no saber la razón o «que son unas vagas». La mayoría de las chicas que afirman no hacer deporte, dan como razones que no les gusta, o la falta de tiempo.
  
Apenas hay alumnas que afirmen elegir un deporte por ser adecuado a su sexo, sino que lo hacen por su propio gusto y elección. Y algunas, cuando responden a las preguntas con contestaciones políticamente incorrectas, lo hacen a la defensiva del tipo «jugaba con barbies ¿pasa algo? O «hago baile … y qué».
  
¿Igualdad o timo?
  
Treinta años después de ser educadas en la igualdad, ¿seguimos sin ser capaces de elegir lo que nos gusta y practicar lo que queremos?
  
¿Hay mayor injusticia que imponernos lo que debemos ser, pensar y querer contra nuestra propia biología?
  
¿Existe discriminación mayor que condenarnos, por ser como somos, a la presunción de que tenemos una permanente incapacidad intelectual de elegir?
  
¿Nos va a hacer más felices ser un trasunto imperfecto de los varones, para ser iguales?
  
¿Somos iguales realmente, o hay intereses en que todos perdamos  nuestras señas de identidad?
  
Unas cuantas generaciones después de ser educados en la igualdad, mis alumnas siguen haciendo menos ejercicio físico que sus compañeros, jamás utilizan un recreo para jugar un partido de cualquier deporte, les gustan otro tipo de actividades físicas injustamente tachadas de «inferiores» y pese a que las alumnas que practican fútbol son aplaudidas por todos y en absoluto despreciadas, la mayoría de ellas sigue evitando el juego con los varones, los encontronazos violentos y los balonazos.
  
Sinceramente, creo que en el comportamiento femenino (como en el masculino), en todos los ámbitos y no sólo en el deportivo, hay mucho más componente biológico del que se quiere admitir. La ideología de género ha llevado el péndulo a su extremo… toca empujarlo hacia el otro lado, confiando en que, por fin, penda en el centro.
  

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