Por José María Marco.
Prosiguiendo con lo que se va convirtiendo en una costumbre alemana,
Angela Merkel ha vuelto a decir que los jóvenes españoles que quieran
trabajar serán muy bienvenidos en su país. En la reflexión que ha hecho
Merkel hay una parte de sentido común, como es preferir a los
conciudadanos de la Unión Europea antes que a cualquier otro. Y hay otra
en la que la canciller alemana pone el acento: la calidad de la
preparación de los españoles.
Con frecuencia en nuestro país se escuchan críticas y quejas acerca de este último asunto. Son, casi siempre, injustas. Los jóvenes españoles no saben lo que sabían otras generaciones de españoles (por culpa de estos últimos). Y sin embargo, saben otras cosas, se mueven naturalmente en un mundo global y cuando están preparados en un campo profesional o del saber, lo están de verdad, con rigor y en profundidad. El sistema de enseñanza español tiene fallos gigantescos, pero proporciona una excelente formación a quienes cursan íntegro los ciclos educativos de la Universidad y la Formación Profesional.
Eso es precisamente lo que valoran los empresarios de otros países, y en vez de dejarnos llevar una vez más por la autocrítica destructiva, también lo deberíamos tener claro nosotros mismos. Más aún nos debería llamar la atención el hecho de que, a diferencia de lo que ocurre aquí, los jóvenes españoles puedan encontrar trabajo fuera, en Alemania o en otros países. En la reflexión de Angela Merkel hay otra dimensión, y es que se invita a la gente joven a trabajar: a asumir responsabilidades, a comportarse como adultos, a tomar el control de su propia vida. Nadie podrá decir que Alemania no es un país con un sistema sólido de bienestar. También es un país en el que, a diferencia de lo que ocurre en España, los jóvenes no son tratados como seres inferiores, eternamente inmaduros e infantilizados.
En nuestro país los jóvenes no pueden decidir hasta muy tarde si quieren seguir estudiando o empezar a prepararse para una profesión. Luego no pueden trabajar si no es mediante un salario que viene impuesto por el Gobierno: está demostrado que un salario mínimo demasiado alto actúa como freno para la contratación de los jóvenes. En consecuencia, nadie les contrata y ven retrasada su entrada en el mercado laboral, es decir en la vida adulta, hasta muy tarde. Los jóvenes, por otro lado, tienen acceso a subvenciones sin cuento, de las que muchas veces ni siquiera son conscientes: el transporte, por ejemplo, o el ocio. Un teatro público de Madrid ofrece descuentos del 90% a los jóvenes menores de treinta años. Jóvenes de treinta años… Quien ha creado este tipo de situaciones lo hace para algo y quienes son clasificados como jóvenes a los treinta deberían preguntarse por qué se le ha encerrado en ese gueto del que le va a resultar tan difícil salir.
Con frecuencia en nuestro país se escuchan críticas y quejas acerca de este último asunto. Son, casi siempre, injustas. Los jóvenes españoles no saben lo que sabían otras generaciones de españoles (por culpa de estos últimos). Y sin embargo, saben otras cosas, se mueven naturalmente en un mundo global y cuando están preparados en un campo profesional o del saber, lo están de verdad, con rigor y en profundidad. El sistema de enseñanza español tiene fallos gigantescos, pero proporciona una excelente formación a quienes cursan íntegro los ciclos educativos de la Universidad y la Formación Profesional.
Eso es precisamente lo que valoran los empresarios de otros países, y en vez de dejarnos llevar una vez más por la autocrítica destructiva, también lo deberíamos tener claro nosotros mismos. Más aún nos debería llamar la atención el hecho de que, a diferencia de lo que ocurre aquí, los jóvenes españoles puedan encontrar trabajo fuera, en Alemania o en otros países. En la reflexión de Angela Merkel hay otra dimensión, y es que se invita a la gente joven a trabajar: a asumir responsabilidades, a comportarse como adultos, a tomar el control de su propia vida. Nadie podrá decir que Alemania no es un país con un sistema sólido de bienestar. También es un país en el que, a diferencia de lo que ocurre en España, los jóvenes no son tratados como seres inferiores, eternamente inmaduros e infantilizados.
En nuestro país los jóvenes no pueden decidir hasta muy tarde si quieren seguir estudiando o empezar a prepararse para una profesión. Luego no pueden trabajar si no es mediante un salario que viene impuesto por el Gobierno: está demostrado que un salario mínimo demasiado alto actúa como freno para la contratación de los jóvenes. En consecuencia, nadie les contrata y ven retrasada su entrada en el mercado laboral, es decir en la vida adulta, hasta muy tarde. Los jóvenes, por otro lado, tienen acceso a subvenciones sin cuento, de las que muchas veces ni siquiera son conscientes: el transporte, por ejemplo, o el ocio. Un teatro público de Madrid ofrece descuentos del 90% a los jóvenes menores de treinta años. Jóvenes de treinta años… Quien ha creado este tipo de situaciones lo hace para algo y quienes son clasificados como jóvenes a los treinta deberían preguntarse por qué se le ha encerrado en ese gueto del que le va a resultar tan difícil salir.
Fuente: La Razón.
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